domingo, 15 de abril de 2007

15 de abril, Feliz cumple Humberto!!!

El amor en tiempos de exilio




Argentina 2002, cumbres borrascosas. Muriel miró la gran ciudad, la desolada ciudad y no creyó cierto tanto silencio. A veces el silencio no es la ausencia de sonido, pensó. Cuando nadie tiene nada para decir a nadie, los soliloquios encuentran su escape en el cielo recortado por los edificios, y la ciudad enmudece hasta que duele, se dijo.

Desencontrada otra vez con Nahuel decidió ponerse los guantes y el gorro, no hacía tanto frío, pero servirían para protegerla de tanta inhospitalidad. Iba a caminar hasta Constitución y de paso ahorraba la plata del colectivo, no tardaría demasiado y era temprano… Cuatro cuadras más adelante un chico la pasó corriendo, sobresaltándola. Diez metros más y el chico que seguía corriendo se sacó la campera y la tiró. Muriel, práctica y solidaria, la levantó, era una buena campera. Al llegar a la esquina el corredor hizo lo mismo con el pullover y las zapatillas. Muriel estaba desconcertada, no más que con las sensaciones que le provocaba la ciudad hacía poco rato antes, apurando el paso llegó a la esquina y recogió las zapatillas y el pullover. El semáforo en rojo y había decidido correr para alcanzarlo. El amigo estaba ya una cuadra adelante y se estaba sacando la camisa…

Por suerte el rojo esta vez era para él y pudo ganar unos cincuenta metros. Decididamente ese tipo estaba loco, había desajustado su cinturón y nomás en calzoncillos siguió corriendo con más rapidez. Muriel, cargada con toda su ropa, transpiraba debajo del gorro. De pronto lo había perdido… ¿Qué iba a hacer? Si el amigo estaba loco, era un loco que olía muy bien, podía reconocer su perfume… A ver si estaba por suicidarse… No parecía, pero bien podía ser uno de esos desencantados de la vida… Tenía que devolverle la ropa. No quería quedársela ni tirarla . ¿Quién la había mandado meterse en ese lío? Y ya no estaba por ningún lado… ¡Qué pena!, se encontró diciéndose a sí misma que era un lindo chico, recordaba su figura recortada a la distancia, su cara de un segundo… En un tiempo más normal ella hubiera actuado de otra manera, quizá… Pensó que debía dejar la ropa en la vereda pero la seguía cargando. Y justo ahí lo vio, estaba completamente desnudo junto a la escultura del Quijote que emergía al costado de la 9 de Julio. Cruzó hacia él sin tener qué decirle…

-Hola …-dijo Muriel roja, acalorada por más de una razón, y turbada.

-Hola, ¿sos mi Dulcinea o mi Equeco? –tapándose con las manos el sexo, estaba borracho.

-Estás loco, te traigo tu ropa antes de que te lleve la policía o te pesques una pulmonía… Me llamo Muriel –amistosa a pesar de su propia incomodidad.

- Bueno, si te sacás los guantes te beso la mano…

- Después de que te vistas –apoyó la ropa en el suelo y le tendió sus calzoncillos

-Para Muriel Dulcinea… -Tomó sus dos manos y ahí nomás la hizo bailar unos pasos y dar una vuelta.

-Decididamente estás loco… –él hizo una reverencia y ambos rieron, todo era ridículo.

-¡Vestite!, ¿me querés decir por qué hiciste esto?

- Esta ciudad de Buenos Aires que va a dejar de ser mía…, me voy para España. Algo tenía que hacer, algún ritual “íntimo” de despedida. Una Dulcinea no estaba en mis fantasías, ¿o sí?

- Lo tuyo no fue muy “íntimo” que digamos, sí es cierto que cuando uno se va, siempre se va “en bolas”, por así decirlo- Muriel lo dijo con tristeza, contaba varias despedidas.

- Me llamo David. ¿Vos qué hacés?

-Soy profesora egresada de Bellas Artes –David se vestía mientras que pasaba un patrullero mirando con atención

- Y escultora…

-¿Como lo sabés?

-¿Acerté? Los artistas se comportan en forma diferente. Los escultores son sociables y buenos tomadores de vino. Quizá no hubieras cruzado esa calle de no serlo…-Muriel se sonrojó, era verdad.

- Puede ser…

- Te invito a tomar algo en San Pedro Telmo, juro que yo no voy a pedir nada alcohólico. Además, mi Dulcinea Rescatadora con espíritu de Equeco, porque viene al caso, no tengo novia…-mintió.

Tres horas bastaron para que se contaran sus vidas. Muriel se sinceraba diciéndole lo que todavía no había dicho a nadie, algo andaba mal con su novio, con tristeza pensaba que ya no lo amaba… David le contó su historia de judío pobre, el estudio, la alegría de su título de ingeniero electrónico, el trabajo que había perdido y finalmente Ezeiza como salida…Bastó un silencio para que apareciera el primer beso y se fueron del café caminando acompasadamente. David se iba en tres días y la invitó a quedarse con él por esa noche. Muriel sintió que por esa noche quería “bajarse del mundo” y decidió quedarse con él. La mañana les llegó demasiado pronto…

- ¿Y si te venís conmigo?

- ¿Cómo podría?

- Pudiendo…- A David le sobraba decisión.

- Es como decidir llegar desnudo hasta dónde querés…

- Algo así…

- Y si te contesto que sí…

- Entonces suspendo el viaje por un mes y nos casamos

- Sos loco, sabés

- No, no lo soy, me voy, y si me querés acompañar necesitamos tus papeles…

- Me quiero ir con vos, o quedarme con vos, ¡creo que perdí la cabeza!

Pero Muriel dejó que entrara la duda y se agazapara. No podría. Entonces tiró los dados, no dejó ningún dato cierto sobre ella, se encontrarían a las siete de la tarde ese mismo día en el Obelisco y entonces posiblemente habría podido tomar una decisión.

David había hablado con Muriel de él, de sus ganas, de sus tristezas y alegrías, de sus amores y nostalgias, de su vida…, pero no de sus obligaciones. Tenía un casamiento programado para dentro de seis meses, dejarle su departamento a su hermana y desde España mandar dinero para su mamá y su hermanita menos para que pudieran sobrevivir en Argentina, otro tanto haría su novia. El casamiento era una obligación más que se le había ido enredando. Lo de Muriel había sido una sorpresa, un hallazgo que lo había conmovido profundamente, si no era amor se le parecía demasiado… Todo el día lo pasó con la herida en el costado… No iba a ir a la cita, muchos dependían de él. Sin embargo en la medida en que corrían las horas los sentimientos se develaban, él no amaba a su novia y su matrimonio era un arreglo imperioso y esperado para salvar y salvarse en la desesperación argentina. Se supo postergado y desdibujado con un sacrificio que de pronto sabía inútil, la dimensión del exilio inminente le daba el derecho a ser más egoísta. Muriel, su nombre, tenía gusto a felicidad, la tibieza de su cintura, su cuerpo y su voz cálida bastaban…

Muriel esperaba en la Plaza de la izquierda del Obelisco, mirado hacia el Bajo, feo lugar, al menos así le parecía a ella. Ese día había transcurrido casi como una irrealidad. Había estado esquiva con su madre y faltó a la escuela sin justificativo. A las dos de la tarde se había tratado de comunicar con Nahuel, siempre tan desatento le contestó que mejor hablaban mañana cuando estuviera más tranquila, que ella estaba enojada porque se había dilatado el ensayo con su banda y que él no pudo avisarle. Muriel se sintió más decepcionada por ella que por él, Nahuel era incapaz de hacer la más mínima descentración de él mismo y la había dejado plantada cientos de veces en seis años, siempre era ella la que después de esperar trataba de ubicarlo. Ahora estaba en la misma circunstancia, pero esperando por David. Media hora y sin poder creer lo que le pasaba cruzó hacia el subte y desapareció en la escalera.

David estaba demasiado lejos de su cita, tomó un taxi y le recomendó que se apurara. Un fino hilo de donde parecía pender toda su vida, él, su metro ochenta y todo su peso dependiendo de lo que sabía, se iba a cortar. Pensó otra vez en Muriel cuando llegó al Obelisco, ya no había nadie y el destino de diáspora se le anidó en el pecho. Llevaría consigo la soledad de la pampa arrastrando al gaucho judío de sus ancestros y al porteño que añora el olor del Río de la Plata y no a Muriel.

Muriel, de regreso a su casa empezó a sentirse mal. Dos horas más tarde estaba enferma con bastante fiebre. Llamaron a la Emergencia y parecía ser un virus, le recomendaron reposo, un anti-pirético –que no dio resultado-, y tomar mucho líquido. Con treinta y nueve de fiebre le contaba a su madre y a su hermano la historia de David, que ya no quería más a Nahuel, y que moriría si no lo podía ver más, que en realidad pensaba irse a España con él. En ese estado pasó un día, la familia no sabía si deliraba o los estaba participando de algo que era cierto.

David, por su lado, también estaba en la cama, esperaba que sonara el portero eléctrico. Apenas se levantó para hacer las valijas y recibir visitas, entre ellas la de su novia. Para todos estaba un poco raro, dijo no salir porque estaba esperando una llamada de sus ex –compañeros de estudio que estaban radicados en España y eran con quienes iba a compartir el departamento. La conversación con su novia fue dura, aunque ella no pareció sorprendida, dijo no sentirse seguro con lo del casamiento, estar confundido, y preferir abrir un paréntesis con la relación. De todas formas se comprometió a ayudarla conectándola para un contrato laboral en España. Mientras tanto, contra reloj, sostenía la idea de abrir su puerta y encontrar a Muriel.

La madre de Muriel no entendía la necesidad de su hija por intentar estar de pie cuando las fuerzas no la acompañaban y tenía una semana de licencia. Entonces, ya sin fiebre, Muriel repitió la historia de David. La mamá, que no era ajena a los amores súbitos ya que tenían que ver con su propia historia de amor con el padre de Muriel, se sintió identificada con su hija y dispuesta a ayudarla.

David, en su departamento, se despedía de familia y amigos, el ambiente no tenía nada de festivo y había que hacer un esfuerzo por mantener el humor. La que fue su novia hasta hacía pocas horas se despidió en forma telefónica. Mientras tanto David, como todos los condenados, no agotaba la esperanza de ver a Muriel hasta el último instante.

En la casa de Muriel, madre e hija estaban conjuradas. Ya habían averiguado sobre los vuelos a España para el día siguiente mientras el padre y el hermano permanecían ajenos a todo lo que planeaban las mujeres. Muriel todavía permanecía en cama, con pocas fuerzas. Esa noche ninguna de las dos pudo dormir mucho y a la mañana siguiente, cuando se fueron el padre y el hermano de la casa, la mamá buscó adentro de una latita, tenía dinero guardado y fue hasta la estación de servicio que estaba en la esquina. Trajo un bidón de nafta, super para colmo de cara, y echó nafta en el carburador. El auto estaba parado hacía un par de meses por el aumento prohibitivo de la nafta y porque habían dejado de pagar el seguro por falta de dinero. Por suerte el auto arrancó. Muriel conocía el camino a Ezeiza y la madre iba a manejar muy despacio para evitar inconvenientes, tenían dos horas para llegar.

David estaba solo en el aeropuerto, le había costado mucho convencer a su familia y a sus amigos para que no lo acompañaran. Quizá tuviera una memoria genética sobre la tristeza de las despedidas en dársenas y andenes. Por otra parte, esperaba a Muriel.

Y la vio de inmediato. La madre de Muriel dejó que subiera la escalera eléctrica sola. Ella sintió que iba a desmayarse en la mitad del camino:

- Sabés Muriel que estoy enamorado de vos… Lo que te dije el otro día era muy en serio, quiero que estés conmigo.

- ¡David –llorando- te amo!

El exilio, con su dimensión trágica, porque nunca nadie lo elige, había hecho que David se reencontrara con sus deseos, su Tierra Prometida recostaba su cabeza en su hombro. Para Muriel, el perfume de David, que había olido por primera vez hacía tres días, le resultaba sobrecogedoramente tranquilizador y entrañablemente conocido, como si hubiera reconocido a David a través de ese sentido, sabía a porvenir y alegría.

Causas y azares, Silvio Rodríguez. Como el agua que busca la pendiente, el amor, terco y vital, se abre paso, esta vez a través de la ruina argentina y sus cumbres borrascosas.