jueves, 29 de noviembre de 2007

Horrores y amores andando y desandando soledades

I

Fin de año. Escalada. Los Estelares. No más Redondos. Hasta el clima había cambiado, ahora era subtropical . Todo se fragmenta y yuxtapone, pensó. Decididamente la belleza y la bestialidad son patrimonio casi exclusivo de los humanos. Estalló el centro y la verdad hay que buscarla entre los escombros. Dos sidras tibias tomadas en vaso. El era “el hombre desmalezador”, el benévolo hombre desmalezador… Con su casco amarillo y su máquina que andaba con mezcla de nafta y aceite se había propuesto hacer el Bien. Hacía ya un par de años, desde que los calurosos veranos ayudados por las copiosas lluvias y tormentas hacían crecer los pastos y las malezas desmesuradamente, por amor al prójimo y a su propio trabajo, recuperaba baldíos . Nunca hubiera imaginado que su proba tarea tendría un final tan lúgubre y abrupto…

Se había propuesto que todo baldío que se encontrara en las afueras del Gran Buenos Aires iba a ser cortado por él… Miguel tenía 28 años, vivía solo en una casucha con sus dos perros, sus trecientos cincuenta y seis libros y sus seis jilgueros. No se podía decir que era feliz, tampoco infeliz… Mantenía jardines haciendo parquización y paisajismo en seis casas imponentes de la zona de Lomas de Zamora. Hubiera podido tener más trabajo si hubiera querido, sin embargo eso le bastaba para vivir aceptablemente, para lo que él consideraba, y le dejaba suficiente tiempo libre como para dedicarse a la lectura, a tomar mate debajo los árboles de su casa y a ser “el benévolo desmalezador” que rescataba, para alegría de los habitantes de los barrios pobres, los terrenos ganados por el increíble crecimiento de las malezas.

Miguel tenía una personalidad sumamente introvertida, le costaba muchísimo hacer sociales, charlar lo mínimo le significaba un gran esfuerzo. Un Buen día o Buenas tardes a veces le significaba tanto trabajo que caminaba dos o tres cuadras de más para no hacerlo. Claro que no era porque no quisiera a los seres humanos, si no que simplemente estaba mejor solo ya que la comunicación le resultaba imposible… En su trabajo de desmalezador muchas veces se había encontrado con cosas desagradables: perros muertos, ratas y muchísima basura. También había encontrado para su sorpresa una lata de las de los antiguos bizcochos Canale, con una bolsa de polietileno metida en otra bolsa, y en otra, que contenía la increíble suma de 7000 dólares. Con el dinero se había comprado los electrodomésticos que le facilitaron la vida y un televisor gigante.

II

Ese día 31 había sido marcado por la mala suerte… Mala suerte era poco decir, se había enfrentado con el horror… Del otro lado de Camino Negro había marcado un terreno para hacer su obra de bien de Fin de Año. Esa tarde y cuando había llegado a la mitad de su trabajo, detrás de unos tártagos enormes, lo esperaba el hallazgo de una pierna hinchada y con zapato puesto que lo hace huir espantado y al borde del vómito.

Para sus enormes dificultades de comunicación ese horrible descubrimiento le significaba el peso torturante del silencio. Cuando llegó a su casa, lívido y tambaleante, los perros no sabían cómo consolarlo… Salió de la ducha para limpiarse de tanto sudor y espanto y Tincho le lamía las manos en una actitud inusual y Tony los dedos de los pies. Pensó que debía hacer un gran esfuerzo para olvidarse de lo que encontró y se dispuso a comer el asado compartido con los perros para despedir el Año viejo, pero no pudo probar bocado y las tiras de carne las terminaron comiendo sus compañeros perrunos.

Entre recordar y entre olvidar de pronto vio el pantalón sucio que había usado esa tarde y la billetera de cuero vacía que había encontrado en el baldío, poco antes del espantoso hallazgo, y que se había guardado en el bolsillo. Qué horror!, pensó, y fue al baño para tomar un pedazo de papel higiénico para sacarla de ahí. No había razón para unir la billetera con el hallazgo horroroso, se dijo, tratándose de convencer. En uno de los compartimentos había una tarjeta que retiró con dificultad para no tocar sin el papel higiénico que lo protegía del asco: Miguel Ángel Torres, gerente general y el logo de Telefónica en relieve le hizo parar los pelos de la nuca…


III

Primero de año y después de haber pasado por pesadilla tras pesadilla a las cinco y media de la mañana prendió el televisor. NatGeo sirvió para tranquilizarlo. Tiraría la billetera al pozo ciego y finalmente olvidaría todo… En todo lo que había pasado había algo más incomprensible, más del otro lado, del lado de lo impensable, él era Miguel, Miguel Ángel Torres, cuando encontró la billetera le resultó risueño encontrar su nombre, sabía de la existencia de cientos de homónimos, y hasta había pensado alardear en la casa de su hermana con sus sobrinos antes de que sucediera el monstruoso hallazgo. Si bien toparse con un cadáver completo hubiera sido de todas maneras espantoso, el horror del cercenamiento desafiaba al tabú establecido por la primigenia regla prohibitiva: los restos humanos no debían tocarse. Regla que inauguro la cultura y alejó a nuestros predecesores “homos” de los instintos y la animalidad. Quién había cometido semejante acto no pertenecía a la misma naturaleza que Miguel, era sin lugar a dudas, otra clase de animal…

Todo andaría bien. Al fin de cuentas no sería más que otra anécdota que no contaría a nadie, gajes del oficio, se dijo intentando tranquilizarse como lo hubiera tranquilizado su propia madre. Y lo creyó sinceramente. Sin embargo, un par de horas después, Violeta, la hermosa vecina de la esquina, estaba llamando en el pasillo de tierra de su casa, aquel pasillo en el que gracias a un complejo sistema de espejos que el mismo había ideado, podía ver perfectamente quién venia a visitarlo sin ser visto. No saldría a atender, estaba decidido, si le costaba la comunicación, todo empeoraba al tratarse de Violeta…

Violeta llamaba y llamaba y avanzaba hasta ubicarse finalmente frente a la puerta vidriada de la entrada. Miguel había dejado de respirar pero su silueta expectante fue adivinada por Violeta:

- Se que estas ahí, y no te molestaría si no fuese por una causa urgente. Salí o entro,-amenazo- porque la puerta está abierta. –Piedra libre para Miguel, en el peor de los días, empezó a transpirar copiosamente, luego abrió la puerta mientras pedía silencio a sus perros que ladraban enloquecidos

- Mira, ayer mis hermanos menores, que salieron a cartonear, te vieron salir corriendo descompuesto del terreno que estabas desmalezando,. Por supuesto fueron a ver que te había causado tanta impresión y la encontraron... El problema fue que si bien vos encontraste la pierna, ellos encontraron un maletín con una enorme fortuna que cargaron en el carro. El dinero es en euros, no se mucho, pero tengo en claro que no podría hacer nada con esa plata, y ya tengo, como sabrás, problemas de más, haciéndome cargo de mis hermanos desde que quedamos solos. Por eso te vengo a buscar para que vayamos a la comisaría a entregarlo y contar qué pasó…

IV

Cuando llego ya era tarde… La noche caía desolada sobre las casas que se perdían con la ultima luz del crepúsculo. Quizá la suya había sido una muy mala idea – pensó, pero siguió caminando-: nunca uno sabe detenerse a tiempo…-se dijo. No hubiera podido ir a la comisaría con Violeta, entonces estaba yendo sólo, aunque todavía no sabia que iba a decir cuando tuviera qué hablar.

En estas tierras peligrosas del Río de la Plata despertó en un calabozo con fuerte olor a orina. Le dolía todo el cuerpo y todavía sangraba su labio. No sabia que hora era ni cuanto tiempo había pasado desde que ingreso a la comisaría. Si sabia que se había declarado culpable de alguna cosa que no podía recordar. Le dolía descomunalmente la cabeza. Lo único que recordaba clarito era la voz de pito del policía, parecía mas una voz de mujer que de hombre. Se preguntaba si lo estarían esperando, porque cuando llegó todo se desarrollo con mucha celeridad, pasó del cuarto donde estaba la máquina de escribir al cuarto de los golpes sin solución de continuidad.

Devuelto después de vaya a saberse cuantas horas a una celda común, en un televisor que se oía desde lejos, un noticiero establecía el encuentro de un torso en una laguna de poca monta, una pierna y un brazo por otros descampados y su nombre como sospechoso de la muerte de su homónimo… A esto se le agrego la inconfundible voz de Violeta que preguntaba por el en hall de entrada de la comisaría. No entendía, pero esa chica estaba dando su nombre completo –hasta ese momento no sabia que ella siquiera supiese que se llamaba Miguel-, su edad, y se auto titulaba como su mujer o concubina desde hacia tres meses.


V

Si todo lo sucedido era poco creíble, lo que sucedió esa noche fue aun mas desconcertante. Su pareja, o sea Violeta, y todos sus vecinos estaban frente a la comisaría, mas…, había móviles televisivos y radiales. Todos pedían al unísono que fuera soltado, y gritaban su inocencia con pancartas. El sueño del “benévolo desmalezador” parecía cobrar realidad de la mano de todos sus vecinos y, por supuesto, de su flamante y bella mujer. Su hermano, que era abogado y con quien estaba distanciado a partir de la muerte de madre, también se hizo presente. De pronto empezó a ser bien tratado por los policías, que le acercaron pollo y papas al horno, las mismas que estaban comiendo ellos. En el televisor aparecieron hablando sus compañeros del colegio secundario, que recordaron su medalla al mejor promedio y el diploma al presentismo por no haber faltado un solo día a clases durante los cinco años…

La mañana siguiente fue llevado en patrullero hasta Tribunales, el juez mismo le tomo declaración y finalmente fue evaluado psiquiátricamente. Felizmente las palabras, que muchas veces no salían ni con tirabuzón, por efecto de los golpiza o del resarcimiento afectivo de su persona a cargo de quienes lo conocían mejor de lo que el creía, se armaban en un discurso tranquilo y sincero. Se quebró en llanto al contar el espanto del hallazgo y su impotencia al no saber qué hacer…

Esa misma noche y frente a la guardia solidaria que habían establecido algunos de sus vecinos, fue liberado por falta de merito. Violeta apareció como por arte de magia en un remis y lo llevo a su casa. En el mismo remis la radio anunciaba que había sido hallado el celular de su homónimo y daba datos certeros acerca de él: había pruebas, llamadas telefónicas y mensajes en la computadora de la gerencia, que lo sindicaban como participe en un fuerte negociado, además se sospechaba cercano al crimen organizado debido a la exportación de cobre proveniente de cientos de miles de metros de cableado telefónico, de cuyo destino se había perdido el rastro después de una compra millonaria.

VI

Ya en su casa sus perros lo recibían con alegría, habían sido alimentados y cuidados por Violeta… Sin mas, ella había trasladado todas sus cosas a la casa de Miguel. La puerta la había abierto con la llave que el creía estaba guardada secretamente en una maceta. Violeta le sonreía amistosa, cómplice y picara:

- No se si será el final feliz que vos esperabas, pero voy a vivir acá con vos, al menos por un tiempo… Estoy a dos casas de mis hermanos, lo que me permite cuidarlos y controlarlos perfectamente. Quizá seamos pareja, siempre me caiste muy bien y me intrigaste mucho con tu forma de ser tan inabordable… Sabés? A mí también me gusta mucho leer…
- Y la plata – No sabia todavía si sentirse feliz o desdichado, siempre le había gustado mucho Violeta, pero su condición de ermitaño era fuerte.
- Por lo pronto somos los socios dueños de un maletín que por ahora enteré al lado de los malvones… Muy probablemente podamos hacer uso del dinero, se que sos muy inteligente y se te va a ocurrir que hacer… Por otra parte, me sobrevino la certeza de que es imposible ponerse a salvo del mundo ! – Esas fueron las palabras justas que desarmaron a Miguel, cuando su coraza estaba precisamente derrumbándose, quizá una vida mas tibia y acompañada fuera posible junto a la bella Violeta…

martes, 8 de mayo de 2007

Por afano[1] los Dioses de su parte…

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-Muy probablemente será una estupidez que crea que los Dioses están de mi parte – pensó Ariane y siguió subiendo las escaleras que subían-bajaban en el infierno.

- Sitio raro devino este sitio. Infierno al fin todos los días sucediéndose. Que era otra cosa, lo era. –y salió al aire enrarecido de una ciudad que todavía recordaba de otra manera.-Sí, Retiro era otra cosa –Y el reloj de la Torre de los ingleses parecía no conmoverse ante tanta deshumanidad.-A lo mejor está todo bien… –Pero se le habían parado todos los pelos del cuerpo como si hubiese visto un gato negro cruzarse.

Ricardo Ariane había recibido esa misma tarde el telegrama de despido. Lo esperaba, quizá por eso cuando llegó sintió la pesadez del alivio. Sin nada que perder, con todo perdido, se sentía tristemente solidario ahogándose sin resistencia en el mar de los vencidos. Ese día al menos no le remordía la conciencia, su futuro era el vivir-morir como esas almas en pena de Buenos Aires. Seres no-seres de todas las edades que dormían en cualquier parte, con cajas de cartón desarmadas como colchones. Aunque su mente era lúcida no entendía cómo había cambiado todo tanto. La realidad se le fragmentaba como un cuadro cubista, pensó en el Guernica de Picasso. –Ninguna guerra, sólo alaridos de silencio- Cerró el cierre de su campera y cruzó a Plaza San Martín.

Divorciado, su mujer y su hijo tenían un buen pasar gracias a sus suegros. El se sentía de más, aunque siempre conservaba la dignidad de pasarle la tercera parte de su sueldo.

-¿Qué pensaría su hijo sobre él?- Se tiró en el pasto de la plaza, le quedaba poco menos de veinte días para dejar el departamento alquilado y sin perspectivas de otro alojamiento. Sacó el atado de cigarrillos y se puso a fumar. Recordó a su compañera de trabajo hablándole sobre los chamanes y el desapego. Clara tenía tendencias místicas, aunque, para su gusto, yuxtaponía creencias hasta lo increíble, así y todo siempre terminaba “comprándole” algo. En ese momento pensaba que él, Ricardo Ariene se había convertido en experto en desapego. Soltaba amarras una tras otra.

Ricardo variaba su estado de ánimo, cuando cedía la opresión podía fantasear una vida mejor. Fue así que allí, en Retiro, donde en otro tiempo llegaban y salían trenes a todo el país, se encontró re-inventando una tribu tehuelche sui generis.-Serían almas gemelas nómades que vagarían por el sur, un grupo no demasiado numeroso- pensó. Lo que más lo seducía era la idea religiosa de los tehuelches: un universo armonioso donde cada ser y cada cosa fluía como indivisible de lo Uno. Fumaba y el placer del cigarrillo y el pensamiento lo extasiaban. Definitivamente se iría al sur. Recordó a la entrañable serie de Daniel Boom y abandonó la idea de ser nómade. Ya tenía puesto un gorro de piel en la cabeza , cazaba y pescaba como los mejores y se había construido su propia cabaña cuando se le acercó un chico que pedía y le dio las últimas monedas que le quedaban – Esa era la realidad, el empobrecimiento de la mayoría de los argentinos, él era un cuarentón, un viejo, un desocupado más, sencillamente prescindible, era un tarado…- Entonces recordó el cumpleaños de su hijo y el CD que le había prometido como regalo.

Llegó a Musimundo conciente de que no tenía ni un peso en su bolsillo. En la desesperación pensó en hurtar el CD, pero no, no sería capaz. Se detuvo frente al stand y allí estaba, era el regalo de cumpleaños para su hijo… Tomó el CD y se apresuró a ponerlo en el bolsillo de su campera, miró dos segundos lo que no miraba y empezó a caminar hacia la puerta. Sabía que sonaría la alarma, no sabía lo que haría él… Dos pasos más e inevitablemente sonó la alarma, Ricardo empezó a correr.

Mientras corría se dio cuenta de que una multitud había decidido atraparlo. – Extraña la solidaridad de la gente- pensó. Lo perseguía un enjambre de abispas enloquecidas y furiosas mientras la gente, de contramano, se paraba para ver qué pasaba. Lo miraba a él y a un grupo de perseguidores, que, fatigados después de tres cuadras, eran menos que en un principio. Dobló en la esquina siguiente y dejó de correr, se sacó la campera y la dobló con el forro hacia fuera. Menos de media cuadra secándose con la manga el sudor de la cara y entró a un edificio cuando alguien salía.

El ascensor hasta el último piso, la terraza, Construcao, Deus lhe pague. –Ya estaba, llegaría a la terraza como si fuera el último de los hombres, el último de los días. Epitafio chamán de desaparición. Chico Buarque, Clara, Argentina, ningún chamán-

Una escalera, una puerta abierta y la terraza. Después del piso 12 todo era todo más limpio y el CD le pesaba en el alma. Igual no iba a volver atrás. Recordó cómo se fueron dando las cosas antes de ser despedido, cómo se establecieron las alianzas perversas, cómo se solidarizó con el jefe injustamente acusado por el compañero que iba a quedarse con el puesto, y los odio a todos, a los cobardes y a los arribistas. Prendió un cigarrillo, el último de los cigarrillo, el último de los hombres, miró el cielo y puso un pie del otro lado de la cornisa.

Cerró los ojos y se tiró… Creyó que caía cuando sintió una mano en su hombro –Espere, dos suicidios en el mismo día, desde la misma cornisa no pueden ser, la que me iba a suicidar era yo…- Una mujer joven lo invitaba, le ordenaba volver a la terraza.

La vergüenza de CD en el bolsillo era enorme, no por haberlo “afanado”, si no porque representaba el único lazo que no había desatado: ¡qué le hubiera hecho a su hijo! La mujer explicaba que la que había abierto la puerta de la terraza era ella, pero cuando lo vio a él verdaderamente se había dado cuenta de que no era la decisión correcta la que intentaba tomar. Ricardo entendía a medias. –Perdón, mi nombre es Ricardo, y…- Se puso a llorar. –No sé si perdonarlo o agradecerle- Contestó la mujer que también lloraba.

Lloraron y no hablaron en la noche negra y desolada hasta que aparecieron las palabras. Les dio hambre y sed en el mismo momento en que volvían a brillar las estrellas y las luces de Buenos Aires. Bajaron juntos las escaleras, quizá los Dioses estuvieran de su parte, y caminaron de la mano siguiendo la Avenida de al lado del Río.



[1] Lunfardo: por gran ventaja o diferencia

domingo, 15 de abril de 2007

15 de abril, Feliz cumple Humberto!!!

El amor en tiempos de exilio




Argentina 2002, cumbres borrascosas. Muriel miró la gran ciudad, la desolada ciudad y no creyó cierto tanto silencio. A veces el silencio no es la ausencia de sonido, pensó. Cuando nadie tiene nada para decir a nadie, los soliloquios encuentran su escape en el cielo recortado por los edificios, y la ciudad enmudece hasta que duele, se dijo.

Desencontrada otra vez con Nahuel decidió ponerse los guantes y el gorro, no hacía tanto frío, pero servirían para protegerla de tanta inhospitalidad. Iba a caminar hasta Constitución y de paso ahorraba la plata del colectivo, no tardaría demasiado y era temprano… Cuatro cuadras más adelante un chico la pasó corriendo, sobresaltándola. Diez metros más y el chico que seguía corriendo se sacó la campera y la tiró. Muriel, práctica y solidaria, la levantó, era una buena campera. Al llegar a la esquina el corredor hizo lo mismo con el pullover y las zapatillas. Muriel estaba desconcertada, no más que con las sensaciones que le provocaba la ciudad hacía poco rato antes, apurando el paso llegó a la esquina y recogió las zapatillas y el pullover. El semáforo en rojo y había decidido correr para alcanzarlo. El amigo estaba ya una cuadra adelante y se estaba sacando la camisa…

Por suerte el rojo esta vez era para él y pudo ganar unos cincuenta metros. Decididamente ese tipo estaba loco, había desajustado su cinturón y nomás en calzoncillos siguió corriendo con más rapidez. Muriel, cargada con toda su ropa, transpiraba debajo del gorro. De pronto lo había perdido… ¿Qué iba a hacer? Si el amigo estaba loco, era un loco que olía muy bien, podía reconocer su perfume… A ver si estaba por suicidarse… No parecía, pero bien podía ser uno de esos desencantados de la vida… Tenía que devolverle la ropa. No quería quedársela ni tirarla . ¿Quién la había mandado meterse en ese lío? Y ya no estaba por ningún lado… ¡Qué pena!, se encontró diciéndose a sí misma que era un lindo chico, recordaba su figura recortada a la distancia, su cara de un segundo… En un tiempo más normal ella hubiera actuado de otra manera, quizá… Pensó que debía dejar la ropa en la vereda pero la seguía cargando. Y justo ahí lo vio, estaba completamente desnudo junto a la escultura del Quijote que emergía al costado de la 9 de Julio. Cruzó hacia él sin tener qué decirle…

-Hola …-dijo Muriel roja, acalorada por más de una razón, y turbada.

-Hola, ¿sos mi Dulcinea o mi Equeco? –tapándose con las manos el sexo, estaba borracho.

-Estás loco, te traigo tu ropa antes de que te lleve la policía o te pesques una pulmonía… Me llamo Muriel –amistosa a pesar de su propia incomodidad.

- Bueno, si te sacás los guantes te beso la mano…

- Después de que te vistas –apoyó la ropa en el suelo y le tendió sus calzoncillos

-Para Muriel Dulcinea… -Tomó sus dos manos y ahí nomás la hizo bailar unos pasos y dar una vuelta.

-Decididamente estás loco… –él hizo una reverencia y ambos rieron, todo era ridículo.

-¡Vestite!, ¿me querés decir por qué hiciste esto?

- Esta ciudad de Buenos Aires que va a dejar de ser mía…, me voy para España. Algo tenía que hacer, algún ritual “íntimo” de despedida. Una Dulcinea no estaba en mis fantasías, ¿o sí?

- Lo tuyo no fue muy “íntimo” que digamos, sí es cierto que cuando uno se va, siempre se va “en bolas”, por así decirlo- Muriel lo dijo con tristeza, contaba varias despedidas.

- Me llamo David. ¿Vos qué hacés?

-Soy profesora egresada de Bellas Artes –David se vestía mientras que pasaba un patrullero mirando con atención

- Y escultora…

-¿Como lo sabés?

-¿Acerté? Los artistas se comportan en forma diferente. Los escultores son sociables y buenos tomadores de vino. Quizá no hubieras cruzado esa calle de no serlo…-Muriel se sonrojó, era verdad.

- Puede ser…

- Te invito a tomar algo en San Pedro Telmo, juro que yo no voy a pedir nada alcohólico. Además, mi Dulcinea Rescatadora con espíritu de Equeco, porque viene al caso, no tengo novia…-mintió.

Tres horas bastaron para que se contaran sus vidas. Muriel se sinceraba diciéndole lo que todavía no había dicho a nadie, algo andaba mal con su novio, con tristeza pensaba que ya no lo amaba… David le contó su historia de judío pobre, el estudio, la alegría de su título de ingeniero electrónico, el trabajo que había perdido y finalmente Ezeiza como salida…Bastó un silencio para que apareciera el primer beso y se fueron del café caminando acompasadamente. David se iba en tres días y la invitó a quedarse con él por esa noche. Muriel sintió que por esa noche quería “bajarse del mundo” y decidió quedarse con él. La mañana les llegó demasiado pronto…

- ¿Y si te venís conmigo?

- ¿Cómo podría?

- Pudiendo…- A David le sobraba decisión.

- Es como decidir llegar desnudo hasta dónde querés…

- Algo así…

- Y si te contesto que sí…

- Entonces suspendo el viaje por un mes y nos casamos

- Sos loco, sabés

- No, no lo soy, me voy, y si me querés acompañar necesitamos tus papeles…

- Me quiero ir con vos, o quedarme con vos, ¡creo que perdí la cabeza!

Pero Muriel dejó que entrara la duda y se agazapara. No podría. Entonces tiró los dados, no dejó ningún dato cierto sobre ella, se encontrarían a las siete de la tarde ese mismo día en el Obelisco y entonces posiblemente habría podido tomar una decisión.

David había hablado con Muriel de él, de sus ganas, de sus tristezas y alegrías, de sus amores y nostalgias, de su vida…, pero no de sus obligaciones. Tenía un casamiento programado para dentro de seis meses, dejarle su departamento a su hermana y desde España mandar dinero para su mamá y su hermanita menos para que pudieran sobrevivir en Argentina, otro tanto haría su novia. El casamiento era una obligación más que se le había ido enredando. Lo de Muriel había sido una sorpresa, un hallazgo que lo había conmovido profundamente, si no era amor se le parecía demasiado… Todo el día lo pasó con la herida en el costado… No iba a ir a la cita, muchos dependían de él. Sin embargo en la medida en que corrían las horas los sentimientos se develaban, él no amaba a su novia y su matrimonio era un arreglo imperioso y esperado para salvar y salvarse en la desesperación argentina. Se supo postergado y desdibujado con un sacrificio que de pronto sabía inútil, la dimensión del exilio inminente le daba el derecho a ser más egoísta. Muriel, su nombre, tenía gusto a felicidad, la tibieza de su cintura, su cuerpo y su voz cálida bastaban…

Muriel esperaba en la Plaza de la izquierda del Obelisco, mirado hacia el Bajo, feo lugar, al menos así le parecía a ella. Ese día había transcurrido casi como una irrealidad. Había estado esquiva con su madre y faltó a la escuela sin justificativo. A las dos de la tarde se había tratado de comunicar con Nahuel, siempre tan desatento le contestó que mejor hablaban mañana cuando estuviera más tranquila, que ella estaba enojada porque se había dilatado el ensayo con su banda y que él no pudo avisarle. Muriel se sintió más decepcionada por ella que por él, Nahuel era incapaz de hacer la más mínima descentración de él mismo y la había dejado plantada cientos de veces en seis años, siempre era ella la que después de esperar trataba de ubicarlo. Ahora estaba en la misma circunstancia, pero esperando por David. Media hora y sin poder creer lo que le pasaba cruzó hacia el subte y desapareció en la escalera.

David estaba demasiado lejos de su cita, tomó un taxi y le recomendó que se apurara. Un fino hilo de donde parecía pender toda su vida, él, su metro ochenta y todo su peso dependiendo de lo que sabía, se iba a cortar. Pensó otra vez en Muriel cuando llegó al Obelisco, ya no había nadie y el destino de diáspora se le anidó en el pecho. Llevaría consigo la soledad de la pampa arrastrando al gaucho judío de sus ancestros y al porteño que añora el olor del Río de la Plata y no a Muriel.

Muriel, de regreso a su casa empezó a sentirse mal. Dos horas más tarde estaba enferma con bastante fiebre. Llamaron a la Emergencia y parecía ser un virus, le recomendaron reposo, un anti-pirético –que no dio resultado-, y tomar mucho líquido. Con treinta y nueve de fiebre le contaba a su madre y a su hermano la historia de David, que ya no quería más a Nahuel, y que moriría si no lo podía ver más, que en realidad pensaba irse a España con él. En ese estado pasó un día, la familia no sabía si deliraba o los estaba participando de algo que era cierto.

David, por su lado, también estaba en la cama, esperaba que sonara el portero eléctrico. Apenas se levantó para hacer las valijas y recibir visitas, entre ellas la de su novia. Para todos estaba un poco raro, dijo no salir porque estaba esperando una llamada de sus ex –compañeros de estudio que estaban radicados en España y eran con quienes iba a compartir el departamento. La conversación con su novia fue dura, aunque ella no pareció sorprendida, dijo no sentirse seguro con lo del casamiento, estar confundido, y preferir abrir un paréntesis con la relación. De todas formas se comprometió a ayudarla conectándola para un contrato laboral en España. Mientras tanto, contra reloj, sostenía la idea de abrir su puerta y encontrar a Muriel.

La madre de Muriel no entendía la necesidad de su hija por intentar estar de pie cuando las fuerzas no la acompañaban y tenía una semana de licencia. Entonces, ya sin fiebre, Muriel repitió la historia de David. La mamá, que no era ajena a los amores súbitos ya que tenían que ver con su propia historia de amor con el padre de Muriel, se sintió identificada con su hija y dispuesta a ayudarla.

David, en su departamento, se despedía de familia y amigos, el ambiente no tenía nada de festivo y había que hacer un esfuerzo por mantener el humor. La que fue su novia hasta hacía pocas horas se despidió en forma telefónica. Mientras tanto David, como todos los condenados, no agotaba la esperanza de ver a Muriel hasta el último instante.

En la casa de Muriel, madre e hija estaban conjuradas. Ya habían averiguado sobre los vuelos a España para el día siguiente mientras el padre y el hermano permanecían ajenos a todo lo que planeaban las mujeres. Muriel todavía permanecía en cama, con pocas fuerzas. Esa noche ninguna de las dos pudo dormir mucho y a la mañana siguiente, cuando se fueron el padre y el hermano de la casa, la mamá buscó adentro de una latita, tenía dinero guardado y fue hasta la estación de servicio que estaba en la esquina. Trajo un bidón de nafta, super para colmo de cara, y echó nafta en el carburador. El auto estaba parado hacía un par de meses por el aumento prohibitivo de la nafta y porque habían dejado de pagar el seguro por falta de dinero. Por suerte el auto arrancó. Muriel conocía el camino a Ezeiza y la madre iba a manejar muy despacio para evitar inconvenientes, tenían dos horas para llegar.

David estaba solo en el aeropuerto, le había costado mucho convencer a su familia y a sus amigos para que no lo acompañaran. Quizá tuviera una memoria genética sobre la tristeza de las despedidas en dársenas y andenes. Por otra parte, esperaba a Muriel.

Y la vio de inmediato. La madre de Muriel dejó que subiera la escalera eléctrica sola. Ella sintió que iba a desmayarse en la mitad del camino:

- Sabés Muriel que estoy enamorado de vos… Lo que te dije el otro día era muy en serio, quiero que estés conmigo.

- ¡David –llorando- te amo!

El exilio, con su dimensión trágica, porque nunca nadie lo elige, había hecho que David se reencontrara con sus deseos, su Tierra Prometida recostaba su cabeza en su hombro. Para Muriel, el perfume de David, que había olido por primera vez hacía tres días, le resultaba sobrecogedoramente tranquilizador y entrañablemente conocido, como si hubiera reconocido a David a través de ese sentido, sabía a porvenir y alegría.

Causas y azares, Silvio Rodríguez. Como el agua que busca la pendiente, el amor, terco y vital, se abre paso, esta vez a través de la ruina argentina y sus cumbres borrascosas.

martes, 27 de marzo de 2007

Dones de regalo


¿Quién hubiese dicho? Quién diría… Ella era una abuela de 75 años. Una abuela bien abuela, con un dejo de coquetería disimulada y pudorosa, con todos sus años bien puestos y quitarse ninguno. El era el papá del carnicero de la esquina, Joaquín, 73 años, un buen hombre, un caballero, jubilado de maquinista del Ferrocarril General Roca. Un escándalo sin anuncio, nadie podría haber imaginado lo que iba a suceder.

Sólo Dios comprende el alma humana, no los hijos ni los nietos. La historia empezó sin querer. Para la nieta de Nélida, la única que miraba la novela con ella, no fue tan sorprendente. Se había dado cuenta de que la abuela todavía conservaba esa emoción en el estómago. Y hasta tenía una teoría al respecto.

Toda historia tiene pre-historia. La de la abuela Nélida tenía que ver con los primeros pantalones que se puso antes que nadie en el barrio, con su mentalidad liberal sin alardes y, por supuesto, con los miles de libros que devoró a lo largo de su vida. La de Joaquín tenía que ver con cuadernos y cuadernos llenos de poemas. En el sindicato, compañeros y amigos daban en llamarlo “el anarquista poeta”.

Joaquín había sacado seis cuadernos de su ropero. Seis cuadernos que habían estado apartados durante muchos pero muchos años. Se iba a deshacer de ellos. Iba a quemarlos, habían sido escritos hacía más de veinte años, antes de la enfermedad de su esposa y su viudez. Los había puesto al costado del televisor y una hora después habían desaparecido como por encanto. Por más que preguntó y preguntó ninguno de la familia sabía sobre el destino de los cuadernos.

Medio kilo de carne picada, pidió Nélida. Fabricio, el nieto de Joaquín, aydaba a su papá envolviendo la bolsita de polietileno en papel de diario. Malena, su hermanita, también… ¡Salí nena!, pero ya estaba. Cuando Nélida se dispuso a guardar la carne en la heladera se encontró con una sorpresa: una hoja de cuaderno amarilla, escrita en lápiz, con buena caligrafía…

Formas del desamor

Las pantuflas en su lugar

La comida servida

Barnizadas las flores

No me permitís y no te permito

Y en este poco espacio

Nos desamamos prolijamente

Media hora más tarde Joaquín había descifrado el enigma. En la carnicería estaban los seis cuadernos, en realidad era una forma de decir, Malena los había convertido en poemas volantes que hab´lia despachado con la carne en esos últimos tres días. El último fue el que se llevó Nélida.

Joaquín sintió que se le estrujaba el pecho: Esos malditos cuadernos, nunca hubiera debido escribir esos poemas. Correspondían a una mala época y…¡qué tristeza! Malena, ¿por qué? - Eran bonitos abuelo y pensé que era mejor que quemarlos- Se volvió a desarmar su alma… Joaquín, desarmado, sólo podía producir poemas…Poemas, problemas…, había comprado un cuaderno de tapa dura y un lápiz nuevo. Cuaderno Éxito Ecológico y esa misma noche retomó la escritura interrumpida.

Nélida, inteligente, sabía el valor de lo que había encontrado. Lo sabía o lo presentía… Daba igual. Un par de versos que sintetizaban demasiados sentimientos. Sentimientos que ella conocía bien, formas del amor –desamor, extraño e inevitable juego de los matrimonios largos. Tomó un libro grande de la biblioteca de su cuarto y guardó prolijamente la hoja de cuaderno que estaba un poco arrugada.

La abuela estaba nerviosa o intranquila por algo, adivinó la nieta. La caligrafía y la hoja amrilla denunciaba el tiempo de quién lo había escrito. Nélida tenía la esperanza de que fuera de Joaquín, a quien de pronto veía con otros ojos. Iba a ir a la carnicería y devolver el poema. No, no podía, se sentía con baja presión…, se iba a recostar en la cama.- Abuela, te pasa algo… -No, nada…-pero la nieta no le creyó.

Joaquín, como toda culposo, le preguntó a su nieta a quiénes les había dado poemas. La nieta dijo que no se acordaba, que a Nélida… Y sin querer las cosas se simplificaron, al menos para Nélida, que estaba pendiente y no se animaba abordar la situación.

Le llevó una semana volver a la carnicería, la mandaba a la nieta, que no entendía qué le pasaba a la abuela. Nélida no iba a ir hasta estar segura de no ponerse absolutamente colorada o nerviosa. Cuando volviera a ir a comprar, tendría tomada alguna decisión, como la de olvidar el tema, cosa que por ahora no podía.

El día viernes, con sol y esperanzas, y habiendo olvidado la hoja guardada, la abuela saló por fin a comprar. En la puerta estaba Joaquín, no pasaba nada, se dijo, ella saludaría y entraría… Pero no fue así. Joaquín había estado pensando todos esos días cómo explicarle a Nélida lo de los poemas. Le había explicado, mentalmente, como cien veces de maneras distintas, para que lo comprendieray lo absolviera… Cuando Nélida saludó, él la detuvo diciendo que quería hablar con ella, y ella, que no había pensado menos de cineto cincuenta veces en esa posibilida, se sintió mal y ahí nomás se desmayó. Lo único que pudo hacer Joaquín fue abarajarla y llamar a su hijo. Cuando se intió mejor Joaquín la acompañó a su casa.

Que qué le había pasado, que qué lástima, que quería hablar con ella…Mientras tanto la sostenía del brazo. La tnsió de la mano de Joaquín era una muy buena sensación para Nélida. Acordaron lo increíble en un momento cuando la nieta de Nélida fue a avisar a su mamá que la abuela se había desmayado. En voz baja y en secreto compartido, ambos sin defensas, decidieron ir a tomar un café. Joaquín determinó rápidamente día, hora y lugar.

Digamos que como el arte de escribir, hay cosas que en la vida nunca se pierden…

sábado, 24 de marzo de 2007

Ni tiempo, ni prisa para morir de amor


Y la flor antigua se apagó. Tía había muerto, el amor de sus amores, el amor de sus juegos. Inexplicable la tristeza que sentía mirando el sombrero tejido hacía treinta años, ayer.

Homero era Licenciado en biología, cientos de mujeres en su vida y ninguna, más que tía. Era ecologista cuando esa palabra prácticamente no existía, cuando tenía el sentido de una postura filosófica: dejar ser. El perfume de su parque se podía oler desde la esquina y sus moras eran las más ricas del barrio. Ahora, desde la muerte de tía, los enormes ventanales del patio y los árboles, que crecían a su antojo, no tenían sentido … Homero sabía que no podía pedir más, noventa y seis años eran muchos, sin embargo había tenido la esperanza de que llegara hasta los cien.

Cuando los amores son, son. Quién podría decirle a él, Homero, de otra vida vivida… Su hermano lo intentó, qué estupidez. Qué podía decirle ese hermano al que quería, pero no podía respetar. Ese hermano fantoche que tenía una vida feamente desamorada haciendo siempre lo que “conviene”. Nadie podía decir nada. No había una vida correcta para elegir y Homero sabía cuánto había disfrutado junto a tía.

Virginia sí entendía a Homero y estaba estremecida por ese amor que había presenciado de cerca. Tía ya no estaba y Virginia sabía perfectamente que no había fórmula para ser feliz. Homero y tía lo habían sido y eso bastaba. Ahora la asustaba el porvenir, qué sería de la vida de Homero, de su propia vida. Ella trabajaba cuidando a tía, y en la casa todo tenía algo de antiguo, algo de juego: “dale que vos…, entonces yo…” Esa era su familia, de alguna forma la habían adoptado, y ella a ellos.

Pisa-pisuela-color-de-ciruela-pisa-pisa-este-pie-no-es-de-menta-ni-es-de-rosa… Homero rompió en llanto y Virginia lo abrazó.

Ese día era noche por la muerte de tía y los gatos se habían ido. Apareció Manchita a la mañana, se dio cuenta y les avisó a los demás. También se fueron de la mano Homero y Virginia, que estaban, no estando, en el velatorio de tía.

El jueves los ventanales seguían en su lugar y volvieron los gatos. Homero soltó la mano de Virginia para abrir la heladera y ofrecerles comida, que extrañamente no la pedían. Por la tarde los dos se durmieron abrazados.

Y durmieron abrazados y vírgenes, como la virginidad de tía, hasta que llegó el otoño sin calendario, dejándose ser como le gustaba a Homero. Y dejándose ser, siguiendo el juego del Universo que guiaba las estaciones, Homero y Virginia se amaron.

En la primavera Manchita tuvo gatitos en el galpón del fondo y florecieron las glicinas saludando al ventanal rejuvenecido del parque

jueves, 22 de marzo de 2007

La gran posta de sueños


Pobre Isabel, no sabía mirar televisión, no había ninguna novela, ningún programa que le gustara…Tampoco podía ir a la Iglesia, aunque lo había intentado denodadas veces… Solamente l e quedaba el hoy por hoy, eso de llegar a fin de mes con poca plata y sin demasiadas pretensiones.

En su vida estaba todo mal… Una mujer de clase media ya grande, de ex –clase media con las medias rotas y un ir tirando como futuro. Si su presente hubiera sido otro, no se hubiera ocurrido jamás embarcarse en semejante proeza…

Esa tarde , cuando volvió del supermercado, con el ticket en el monedero y su marido mirando el partido, lo decidió. Siempre había sido muy buena en la escuela: “¡qué inteligente Isabel!”, decían parientes y vecinos… Pero lo que a ella le interesaba era la Filosofía, digamos que una locura para una joven de Burzaco en los años sesenta.

Cuando acomodaba las cosas en los estantes y guardaba las bolsas de Disco para usarlas con la basura, cerró una idea en su cabeza y tuvo la certeza… Ella iba a re –escribir el Evangelio: “El Evangelio según Isabel”. Para eso tenía su sentido común intacto y una visión que podía iluminar lo que veía…

Sacó el ticket del monedero y vio el Aleph…¡Era como si toda la humanidad desde el principio se condensara! ¡Allí estaba el hombre pre- histórico que se pensó a sí mismo por primera vez cuando estampó su mano en la piedra! ¡Increíble!

Tomó el ticket: galletitas Crioll… Leche…, y en un ritual que recién inventaba para no perder la idea –esa pre-claridad que aparece en algunos sueños cuando nos despertamos para ir al baño, y que luego en la mañana no podemos reproducir-, lo dobló y lo guardó en su corpiño gastado, cerca de su corazón…¡No era el ticket lo que guardaba! Era esa visión esclarecedora de la impronta de la mano en la cueva, del uso de la herramienta, de la invención de la rueda…

Isabel, con el corazón acelerado, tomó una lapicera y un block de hojas y le mintió a su marido: “voy a lo de Cristina”. No sonó natural pero estaba segura de que a él no le importaría. Subió entonces al altillo y escondida empezó a escribir con letra temblorosa:

El evangelio según Isabel

Dios nos es extraño

ES la fórmula matemática

Maravillosamente bella

Del Universo

Que nunca alcanzaremos a comprender

Se detuvo entonces, “ese no era un Evangelio”. Sacó su ticket y lo desdobló intentándolo otra vez. Esa tarde en el supermercado, el código de barras y la cajera habían generado ese pensamiento…

De pronto prosiguió

Cuando Dios nos extraña…

En tus ojos

Sólo entes ojos

Descansa un sueño

Que ya no es mío

Y ahora era ella la asombrada. Sin lugar a dudas ese sí era un “misterio”. No sabía cómo se le había ocurrido pero le resultaba más cierto que el invento de la Santísima Trinidad. .. Qué estaba diciendo, ¡era demasiado! ¿Sería una revelación diviana? Tiró el ticket y lo guardó junto a su pecho.

En los ojos tuyos, en la mirada próxima y querida… En nuestros hijos… En la generación que nos sigue, o en la otra, o quizá más adelante… En nuestro prójimo… En la humanidad toda, por los siglos de los siglos amén…. Y cuando cansados cerremos los ojos, por un rato o definitivamente, ¡seguirá la gran posta de sueños! –Isabel pensaba maravillada.

Bajó del cuartito con una alegría d inauguración, iba a proponerle tomar mate a su marido y estaba cambiando mentalmente las cortinas. El partido no había terminado, pero sucedió algo extraño. Se miraron y allí estaba, desnudos, a pesar de tener toda la ropa y los años puestos. Se besaron e hicieron el amor, tiernos y apasionados, históricos y desconocidos, recientes y reconocibles.

Cayó el papel al suelo y siguió “rodando” como posta de humanidad…Porque “cuando Dios nos extraña: en tus ojos, sólo en tus ojos, descansa un sueño que ya no es mío…”

lunes, 19 de marzo de 2007

Puedo contar con Usted... Usted cuente conmigo


Había asumido esa realidad dejando de sonreír, si bien era cierto que mucho no le había costado, siempre había sido callada, silenciosa, una mujer sin edad y sin historia. Limpiaba y ordenaba todo a las mil maravillas, convirtiéndose en el fantasma imprescindible de la casa de la señora. Era inteligente y atenta, y con esa resignación que le hacía aceptar como justo, por inevitable, todo lo que le sucedía.

Los domingos por la tarde, su único día libre, paseaba por Congreso hasta Plaza de Mayo, se sentaba, sacaba lo pancitos y daba de comer a las palomas mirando el cielo de la Catedral y el Cabildo, edificios a los que nunca se había atrevido a entrar. Después volvía a la casa con los ojos arriba, reconociendo cada una de las bellas cúpulas.

Paloma debió haber sido ella también…-pensaba. Al fin de cuentas todo transcurría sin tiempo en su vida, se repetían los días, los meses y los años. Y así debía ser, al menos eso creía. Sin embargo tenía muy presente el día en que había sucedido: dos días antes de que se casara el hijo de la señora. Nadie se había enterado y nadie había tomado registro del antes y del después, salvo ella.

Claudia era para los conocidos de la casa un extraño ser, frágil y eficiente, que incomodaba en un principio si se le prestaba atención, pero que luego se olvidaba fácilmente su presencia. Después de verla un par de días no tenía más importancia que el jarrón grande que había traído la señora de India. Claudia era una sombra con ojos que vaya a saberse qué pensaría, claro que si alguien se tomaba el trabajo de pensarla…

Había llegado a la casa por un aviso del diario y se había quedado por casualidad o capricho de la señora, que había peleado mil veces con las agencias que ofrecían personal doméstico. Dos días después de rechazar a todas las que concurrieron por el aviso, y tras una pelea familiar por los requisitos que imponía –lapicera en mano preguntaba hasta lo insólito para descartar siempre a las postulantes- tocó el timbre Claudia y fue admitida en el mismo momento. Después de darle la ropa de trabajo le preguntó su nombre y eso fue todo. En realidad la señora lo había hecho para castigar a su familia, sin embargo cuando fueron pasando los días todos estuvieron convencidos de que había sido una bendición de Dios. Lo único que sabían de ella era que giraba plata para su familia en Paraguay y que no comía carne porque la detestaba, aunque nunca se los había dicho claramente. Claudia casi no hablaba.

Y todo hubiera seguido igual, Claudia guardaba escondiendo su vergüenza mientras las mañanas se hacían noches y las noches mañanas… Con una existencia para nada intrascendente para la señora y su familia: a Claudia se le podía pedir cualquier cosa porque todo lo hacía bien.

Pero claro, la señora era la señora y solía tener exabruptos…El que cambió la vida de su empleada fue de solidaridad desmesurada hacia Felipe, amigo íntimo de la familia que había quedado viudo recientemente. La señora amaba platónicamente a Felipe, no tanto a su mujer que pasó a otra consideración de su parte después de muerta. Si se había puesto a ver las fotos donde estaban todos juntos y la difunta se veía más linda y más simpática… Tomó el teléfono y llamó a Felipe que sabía estaba deprimido. Si lo acompañaba la sombra de su mujer muerta qué mejor que ofrecerle otra sombra mucho más útil, al menos por un tiempo…

-Hola Felipe querido, mirá acabo de tomar una decisión. Voy a mandarte a Claudia para que reordenes tu casa. Mi amor, la vida sigue y sabés cuánto te quiero… Sí, claro que lo sabés, si no, no te estaría ofreciendo a Claudia…

Felipe que necesitándolo todo…no necesitaba nada, sabía lo difícil que le resultaba negarse a su amiga. Era despótica cuando se proponía algo y no tenía la energía para hacerlo.. En dos días Claudia estuvo instalada en casa de Felipe.

Si Claudia tenía como treinta y pico de años, en menos de una semana había avejentado como veinte más. Ese cuarentón sin hijos de Felipe siempre le había resultado divertido para observarlo de lejos, no para convivir. Era extravertido y ocurrente, el único que había conocido que podía “gastar” a su patrona sin que ardiera Troya… Pero le resultaba insoportable de cerca. Bastaron unos días para que Claudia frunciera el ceño y encorbara la espalda, situación que a Felipe no le había pasado por alto pero no parecía importarle. Hablaba demasiado -según el parecer de Claudia, acostumbrada a que prácticamente nadie le hablase- y no se conformaba con que ella lo escuchara, tenía que contestarle algunas palabras. En poco tiempo Claudia se dio cuenta de que él se había dado cuenta…

Fue una mañana en la que un papel escrito por Felipe colmó su resistencia, claro que se había dado cuenta…

“Claudia ayer pedí turno con mi dentista para Ud, espero no le incomode”

Claudia, que todas las noches miraba sus dientes rotos frente al espejo, se puso sencillamente a llorar. Si sus dientes habían tenido un dterioro paulatino, fue dos días antes del casamiento del hijo de la señora cuando se partieron sus dos “paletas”. Los dientes son importantes para todos los seres humanos, pero para ella tenían una significación especial: eran toda su vida triste, su hitoria nunca olvidada. Le recordaban la muerte de su mamá y la repugnante cara de bruja de su abuela paterna, que le había pegado desde el primer día que fue a parar bajo su custodia. La abuela era muy mala, y cuando murió sintió un gran alivio, y se creyò liberada, aunque fueron muchos los años que tuvo que soportarla como para marcarle a fuego el alma. La abuela-pesadilla tenía los dos dientes incisivos partidos y putrefactos, señal de horror que la persiguió durante su infancia. Ahora era su propio rostro el que repetía irónicamente el espanto en esos dos cráteres nauseabundos que le devolvía el espejo. En un momento se rebeló e intentó ir a lo de un dentista y hasta se sentó en el sillón de tortura, pero solamente consiguió que la despreciara y la maltratara como para que no pudiera volver más. Estigma de dientes rotos que arrastraba con una infancia apaleada y una juventud triste y solitaria. Ahora todo estaba al descubierto por Felipe.

Ese día lloró tanto hasta desarmarse, hasta dejar de ser muda. Cuando por la noche regresó Felipe, Claudia hablaba llorando. Contaba, no demasiado coherentemente, la triste historia de su vida que aparecía en el pozo de sus dientes. Su alma se desovillaba. Felipe escuchaba con paciencia tratando de consolarla y poner luz en los sentimientos de Claudia. Le decía con tierna firmeza que no había visto un horror en su boca, no, que no iría al dentinsta si no quería… Que en realidad pensó que no hablaba ni sonreía para no dejar ver sus dientes, y eso se lo habían dicho sus ojos, lo había visto por las venanitas de sus ojos… Que quería ayudarla… Claudia se incorporó decidida y dijo que no iba a ir a lo de un dentista, que a él que le importaba… Años y años sin enojarse y estaba enojada en una actitud que la sorprendía a sí misma. Para Felipe, después de semejante confesión, los dientes de Claudia pasaron a ser una bandera de reivindicación que iba a sostener hasta cumplirla, lejos estaba de no importarle la cuestión.

Los días siguientes fueron de trincheras. Claudia retomó su mutismo y Felipe le hablaba lo indispensable. En la casa había poco para hacer salvo lo que ambos sabían que debía hacerse y para lo que la patrona había cedido a Claudia, que a cada momento se topaba con cosas de la mujer muerta. Claudia estaba resentida con Felipe, sin embargo él encontró la manera. Empezó a dejar libros con señaladotes sobre la mesada de la cocina, que en un principio Claudia no tocaba más que para ver la tapa y la contrtapa, hasta que al final pudo más la curiosidad y empezó a leer. Los días pasaban y las horas también, hasta que una noche encontró a Claudia leyendo sin haberse dado cuenta de la proximidad de su llegada. Ambos sonrieron haciendo las paces. Claudia con su sonrisa desdentada y Felipe tomando los medicamentos de su mujer muerta que todavía estaban en la heladera y tirándolos a la basura. Habían salido de las trincheras.

Los días siguientes fueron de arduo trabajo. Felipe había tomado una licencia laboral y ambos reorganizaron la casa guardando en cajas solamente los recuerdos más queridosy tirando todo el resto de las cosas. Felipe quería darle un ejemplo a Claudia, que ya podía hablar con él, preguntaba sobre los libros, las pinturas que colgaban de la pared y la música que escuchaban.

Una mañana, la patrona que había estado reclamando sobre la devolución de Claudia, fue terminante. Felipe, que sabía cómo llevarla, prometió acercarle un regalo, parte de la colección de libros de su ex mujer y un par de pequeñas figuritas en marfil, a sabiendas de que no podría resistirse y él ganaría un par de semanas

Lo siguiente ya se preanunciaba. Una tarde volvió a su casa con Carlos, amigo íntimo de la infancia y su odontólogo y se lo presentó a Claudia diciéndo la verdad: “ella es el ser maravilloso del que te hablé, y sonríe poco porque teme a los dentistas…” Claudia se sintió más incómoda por el elogio que por sus dientes rotos. Carlos, que era afable y cálido, le contó que había estudiado odontología porque también él detestaba a los dentistas hasta que conoció a uno que era un gran tipo y que finalmente fue su profesor

Los arreglos en la boca de Claudia no fueron tan importantes, si bien hubo que poner dos fundas de porcelana y hacer algunas amalgamas todo fue más fácil y rápido de lo que hubiera podido imaginar en su vida. Las “paletas” nuevas le eran extrañas, y creyó en un principio no poder reconocerlas como propias pero casi sin darse cuenta en dos días ya estaba sonriendo en la calle y había empezado a hablar con la gente como si nada. Su vida había cambiado irreversiblemente, tanto que lo que la horrorizaba ahora era volver a la casa de la señora. Esto es así, se dijo, y volvió a caminar hasta la Catedral, aunque esta vez entró. Luego le dio de comer a las palomas preguntándose por qué debía ser así… Pero no encontraba opciones.

Inevitablemente llegó el llamado. Lo atendió ella, que jamás antes contestaba el teléfono. La patrona, maligna y molesta pidió hablar con Felipe.

-Me estás arruinando a la empleada Felipe.Mirá que ahora hasta habla por teléfono… Si no
hicieran tantos años que la conozco… Pero en un par de días todo va a estar en su sitio. Espero que nunca te olvides del favor, acá sufrimos mucho con la usencia de Caudia…

Claudia estaba petrificada frente a Felipe, quien sostenía el teléfono como si hubiera tomado una decisión inapelabale, pero que conversaba amistosamente con su patrona. De pronto escuchó por parte de Felipe algo incomprensible…

- Sabés todo lo que te agradezco, pero sin querer me hiciste un favor que jamás voy a poder pagarte… Sabés, me caso con Claudia.

Del otro lado, la señora le dicía que era una broma de mal gusto…

- No, no es broma, me caso con Claudia… Es así.

La señora perdió la compostura y empezó a insultar de infame y canalla a Felipe, que había apoyado el tubo y tomó la mano de Claudia llevándola hasta la biblioteca y diciéndole que no se asustara, pero que queria que se quedase a vivir con él, claro que si ella quería… Y volvió a repetir que le iba proponer casamiento cuando ella pudiera escucharlo, que esperaba solamente su OK, pero que si decidía dejarlo e irse, también estaría de acuerdo, aunque iba a llorar mucho, pero mucho…

- Porque sabés Claudia que te adoro, pero no alertes tus fusiles, ni pienses que deliro –Felipe repitió parte del poema de Beneetti que había leído Claudia esa misma tarde.

sábado, 17 de marzo de 2007

A salvo de nadie



Quién haya ido a Venecia sabe muy bien acerca de lo que estoy hablando. La ciudad tiene, además de una belleza sobrecogedora, algo que eriza la piel, que pone en alerta al alma. Pude haber sido nada más que una turista desquiciada por tres días, sin embargo tengo la foto sacada por mi cámara digital.

Soy profesora de álgebra en la UTN, nada más alejado de mi formación que lo impensable… Vivo sola desde que mis hijos hicieron su propia vida y estoy felizmente divorciada. Si bien estoy convencida, debido a mi trayectoria como investigadora, que se termina encontrando lo que se busca, y sólo lo que se busca, juro no tener una imaginación frondosa y no haber estado buscando nada. Soy más bien poco creativa debido a mi neurosis obsesiva.

Si los misterios desafían a la lógica, por conciencia y por creencia, siempre tuve como meta desentrañar misterios . Hoy pienso que quizá hubiera sido mejor no hospedarme en esa casa reabierta después de tanto tiempo. Dicen que los fantasmas gustan estar tranquilos.

Todo empezó cuando dormía… Una mujer cincuentona claro que tiene pasiones, pero las mías tienen que ver con viajar, trabajar concienzudamente, y pintar cuadros. Los hombres no estaban en la lista de mis necesidades. Esa noche me desperté sobresaltada sintiendo la presencia de un hombre que dormía a mi lado. Yo dormía de costado y quizá fue el peso de su mano apoyada sobre mi cadera lo que me despertó. Los sentimientos fueron confusos. Bienestar y malestar. Un segundo y cuando enciendo el velador se abre la puerta del baño y vuelve a cerrarse, tan rápidamente que tarda lo mismo en quemarse la lamparita. El hombre, o el sentimiento de la presencia del hombre desaparece entre el sueño y la vigilia.

Nada sucede ese día salvo que decido gastar lo suficiente como para dar un paseo en góndola. El gondolero era un muchachito joven y amable que conversaba conmigo en mi chapuceado italiano. Venecia tiene esas cosas y entonces le pregunté si él creía en la existencia de fantasmas, a lo que me contestó que por cierto los había y que Venecia tenía muchos…

Cuando regreso al hospedaje, luna llena iluminando desde la ventana, decido cerrarla y tomarme una pastillita de Lorazepam para, por las dudas, no ser molestada por cuestiones incomprensibles. Si era mi cabeza la que inventaba estaría bien desconectada. Sin embargo a las tres de la mañana, lo sé porque miré el reloj, me despierto sintiendo sobre mí el peso de un cuerpo, sábana de por medio, la mano tomándome la nalga. Con esfuerzo, por el embotamiento como efecto del ansiolítico, busco la perilla del velador, la presencia ya no está. Vuelve a abrirse y cerrarse la puerta del baño y otra lamparita se quema.

Temía, por vergüenza, pedir al encargado que volviera a cambiar mi bombita porque pensaba que él ya sabría de las “visitas” que estaba teniendo, pero su respuesta llana me tranquilizó, dijo que el velador tendría algún corto y que lo cambiaría. Pensé que cuando una se mueve en otra cultura suelen correrse los parámetros y me sentí muy tonta por creer que el encargado estaría al tanto de las extrañezas de las que era víctima..

Esa tarde desde el Puente del Rialto, con el verde adriático del canal tiñiéndome los ojos, pensaba que Venecia tenía una belleza cadenciosa y casi obscena , al menos para mí, una mujer grande y, reconozco, muy estructurada. No era que no pudiera disfrutar si no que alertaba mis sentidos de un modo especial, me ponía en guardia ante lo desconocido. Italia vive en un pasado glamoroso y el presente parece ser absolutamente previsible, un doble estándar de lo que fue y lo que es que crea una atmósfera enrarecida, torna a los italianos del norte aburridamente soberbios y fascina a los extranjeros. No creía que fuera mi caso con respecto al fantasma pero dejaba un lugar para la duda. Quizá en esta cualidad de la península estuviera la razón de la extraña aparición. Pensaba que la dormidera era territorio de fronteras inestables y el cerebro humano siempre enigmático. Sin embargo esa noche dejé mi cámara digital preparada, más, dormí con ella en la mano y sin tomar pastillas.

Era la tercera noche y no conciliaba el sueño. Cámara en mano a las tres de la mañana no podía dormir. No sé cuando el cansancio me venció y en pleno sueño sentí su presencia, estaba semi-recostado acariciándome descaradamente un pecho, claro que yo estaba con el camisón puesto. Es ridículo, lo sé, pero me sentía violentada y seducida a la vez. Duró unos segundos apenas y alcancé a verlo mejor. No podía prender la luz pero enfoqué con la cámara hacia la puerta del baño y saqué.

Cuando pude tranquilizarme, con la luz prendida volví para atrás y la última foto era la de una placa de mármol tallada con dos angelitos, un nombre y una fecha: Michele Angelo Chipresi 1307- 1370.

Esa mañana hice mis valijas y abandoné Venecia. Lo que no pude abandonar es el sentimiento de vértigo en el estómago que me sigue produciendo el recuerdo de su mano sobre mi pecho. Me había robado el corazón un fantasma descarado, tierno y burlón que se presentó con nombre y apellido. La foto la sigo conservando, claro que la guardo en un archivo aparte, bien protegido de explicaciones que no podría dar a nadie, porque hay cosas que nunca deben pasar...