viernes, 11 de julio de 2014

Se murió Eugenia

                                                           
Se me murió. Qué cosa la vida, yo sé que no quería morirse, y además que se moría de miedo de morirse...
Yo estaba enojada, furiosa, no le podía perdonar que tuviera una enfermedad terminal, creía que me estaba cagando, de verdad... Porque además se lo pude decir cuando todo no era  grave, sino más bien una acumulación de enfermedades, ninguna mortal, sí muchas y siempre una nueva más. Le dije que no se podía morir, si lo tenía muy en claro, porque sus hijos eran chicos y la precisaban mucho, no le dije que yo también. Ella me dijo que sí, que lo tenía muy en claro, que lo sabía... Pensé que ya estaba, comprometida a vivir me quedaba tranquila porque no iba a hacer cagadas inconcientes... Pero no, no era así.

Eugenia era muy creativa enfermándose, la mayoría de las veces eran cosas muy raras que pasaban sin explicación. Idiopáticas, de esas que no se sabe por qué. No pensaba que tenía algo irreversible, lo que me asustaba era que acumulaba enfermedades crónicas que la hacían tomar nueve pastillas dos veces por día y la convertían en impredecible con respecto a su salud. Una bomba de tiempo. Era la impredecibilidad...

Y se murió, se murió predeciblemente sin ninguna otra oportunidad en dos meses. No llegó a cumplir los cincuenta y nueve, se murió con cincuenta y ocho. Mi amiga de toda la vida, tan vieja y tan querida, con la que compartí tanto. Veía su nombre en la sala de velatorios, como en la lista de la escuela, y no lo podía creer.

 Me quedo tan triste pero tan triste que se me oscurece el alma de a ratos y entonces tanteo a uno de mis perritos , acaricio al peludo y vuelve la luz.