viernes, 11 de septiembre de 2009

El beso de Rodin

Dicen que los fantasmas somos espíritus que no alcanzamos la paz… Augusto, soy yo Camille, sí, la única Camille en tu vida, Camille Claudel!

Tantos besos y ninguno, ninguno que sirva, ninguno que ame… Sé que cuando te conocí podía hacer que vos, el importante y gran escultor, bailaras sobre la yema de mi dedo índice, claro que tenía veinte años y una cabellera rojiza que llegaba a mi cintura, además de un apasionamiento rebelde e ingenuo que me hacía más atractiva para vos… Morías por mí, pero también sé que no ibas a morir, llegarías a volverte loco por tenerme e intentarías poseerme más que amarme, el amor en vos era exclusivamente propio.

Igual cuando miro la escultura, esa soy yo, entregada a tu amor, a ese beso, y ese hombre tan dispuesto a ser preciso y hasta cuidadoso para obtener lo que deseaba, ese hombre sos vos, …claro que debiste haberte hecho un cuarto de siglo mayor... ¿No era esa edad era la que me llevabas?

También sé que siempre fuiste astuto, pero, más allá o más acá, te acompañó la historia, y no a mí…

Tu beso, el beso de Rodin, se llamó primero con el nombre de la mujer que se acostó con el hermano de su marido –muertos ambos en manos del traicionado- y fue emplazado, como primera ubicación, en una alegoría de las puertas del Infierno de Dante. Fue sugerencia de alguien que quitaras el nombre de esa mujer…En tu primer título la mujer era la que mostró la manzana al pobre Adán…

Ahora, y ahora es después de más de medio siglo, dicen de mí otras verdades. Se dice que fui una talentosa escultora incomprendida por mi familia y mi época, y una víctima tuya, de tu gran ego, tu carácter y tus ambiciones… Lo dicen ahora después de que fui enterrada en una tumba sin nombre y haber pasado mis últimos treinta años en un manicomio… Debe ser por eso que sigo como fantasma, lo tuyo fue por otra cosa, fuiste malo Augusto

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