sábado, 30 de mayo de 2009

Violeta chilensis, Las dos Fridas o relato de la pasión femenina

Con un pedazo de camisa entre los dientes corre por las estapas la loba; aúlla sobre el monte, recortada su silueta como negativo sobre la luna llena.

No sabía si quería matarlo o lo mató por error, ahora su dolor era inmenso. Desde pequeña gustaba sentir cómo corrían las tibias lágrimas sobre sus mejillas, pero este no era el caso… Ese macho la había herido en lo más profundo de su amor propio, pero como Narciso, estaba ahogándose en la laguna de su propio castigo.

Cómo, cuando, dónde, por qué, ¿¡qué hecho yo para merecer esto!? Es difícil que una mujer pueda reconocerse al borde de un ataque de nervios, mucho menos, en un ataque de nervios. Como el chimpancé que se parece tanto al humano, nos fascina y produce de inmediato la negación de nuestro antecesor genético, desconocemos a la femineidad sobreactuada de Almodovar. Y entonces tomamos postura : “algunas lo serán, ¡ no yo!” Indefectiblemente sobreviene el desconocimiento de la pertenencia al género.

Bipolares, únicas, diosas-estrellas, sometidas, débiles, majestuosas, lilis mambrades-trapecistas, rimombantes, soñadoras, esquizoides, consecuentes, líricas, resignadas, impetuosas, indomables, espectaculares, dramáticas, a veces trágicas… y siempre bellas. Bellas, bellas por sobre todas las cosas, culturalmente bellas, y sentirnos feas, pobres y miserables es posible, siempre cuando sigamos siendo parte de la belleza, porque cualquier cosa sobrecargada, gótica e inexorable termina decantando en lo bello.


La esencialidad de la belleza femenina, a través de todas las culturas, es un significante que, ni verdadero ni falso, resulta absolutamente repetible. Somos bellas porque así lo creemos, y porque vaya a saberse qué aroma nos hace así… Creo que es algo inherente al hembraje de todas las especies, o de la gran mayoría. Nosotras, aunque pavas reales sin cola, pequeñas pajaritas sin canto, miramos hacia el horizonte, más allá de lo que los machos puedan imaginar, miramos algo que ellos no alcanzan a comprender, somos indescifrables y misteriosas. Nos perdemos en las vueltas y las vueltas que construyeron nuestra propia identidad y que aparecen ocultas e inabordables para el hombre, tan misteriosas como las trompas de Falopio o esa pequeña explosión de óvulo maduro. Impredecibles como la órbita del electrón, a veces ni nosotras sabemos lo que queremos pero somos centro de gravedad, atracción y razón de curvatura de la luz.

Oscura belleza suicida, es difícil que seamos homicidas. Redirigimos, recalculamos y espectacularizamos: la loba no había matado a nadie, era un pedazo de camisa rota, el hombre tenía sólo un rasguño, y la vida que quitamos es la propia…

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