sábado, 28 de marzo de 2009

La virgen de los pobres y el cuento de la lechera

En el avión Erika sonrío triunfante, pero no debió sonreír todavía. Era el último viaje, el último control, la última paga. Por fin había armado el castillo de naipes, enorme, precioso, sin embargo faltaba una carta que aún no estaba puesta. Treinta y nueve y no cuarenta y s u castillo podría caer aplastado con la redondez del número.

Si hay algo que produce un placer indefinido, exquisito, es armar juegos en el aire. circunstancias soñadas entre la vigilia y ese no lugar. El suyo era la casa y la tiendita que pondría, por fin vivirían sin lujos pero sin apremios junto a su hijito. Tiempo-espacio sobrepuesto, disociaba su atención sin dejar de charlar amablemente, arrastrando su valija hacia el personal aduanero que esperaba al final del pasillo.

Estaba helada, congelada, tanto que ni siquiera sentía pánico. Este era el quinto viaje y el último. Ya estaba, con cinco viajes había logrado juntar más dinero de lo que hubiera podido hacer en cinco años de trabajo duro, sin contar que el trabajo escaseaba y nunca lograba mantenerlo en forma continua.

DE prontolLa luz que llegaba a sus ojos se ennegreció. Ahí estaba con su valija cuando los perros enloquecieron, sintió que se avalanzaban sobre ella y supo que no vería a su hijo por largo tiempo.¿Qué haría ahora? ¿Cuál era su plan alternativo? No, no tenía, esta vez había apostado fuerte al todo o nada. No, volvería a su país ni habría casa para ellos, la puerta se cerraba justo antes de cruzarla. Contuvo la respiración y siguió caminando, lo mismo que hacía cuando su padre, borracho, la llamaba, seguía adelante sin correr hasta doblar la esquina y entonces escapaba sin aliento hasta encontrar refugio en la casa de su abuela. Los perros se acercaban incontenibles y a un paso de ella saltaron sobre la mochila del pasajero que caminaba a su lado. No, no era a ella a la que estaban rastreando… Siguió y ni siquiera la detuvieron para revisarla.

El sistema era perfecto, pero esta vez era la última para ella. La virgencita la había ayudado lo suficiente, podría cansarse si no cumplía con su promesa, primero había dicho tres, luego cinco… Suficiente. Salió del aeropuerto y subió al taxi, la encontrarían en el mismo lugar. Fue al baño y contó, estaban todos. Los volvió a contar para estar segura, salió los entregó y recibió los dólares.

La carta que le faltaba estaba ubicada. Ya estaba, ahora sí, empezaba a tomar conciencia que su sueño dejaba de ser una fantasía. Ahora sí era hora de sonreír triunfante, en lugar de ello empezó a temblar y se pudo a llorar, sacó la estampita y la foto de su hijo y se persignó.

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