viernes, 3 de abril de 2009

Vete destino o vente conmigo…

En el medio de un vagón de tren atestado que se dirigía al conurbano estaba Ella, una gran gallina amarilla y rubicunda con cuatro pequeños hijos. Gringa de la nueva oleada, ucraniana, de uno de esos países que la Europa comunitaria desprecia y los del Gran Buenos Aires también. Era gorda, vestía amarillo chillón con cinta en el pelo del mismo color y cachetes lustrosos. La ucraniana era mal vista por todos los que la rodeaban, por su tamaño, por sus hijos pequeños que se agarraban de su vestido y por el bebé rechoncho que llevaba en brazos… -Que se joda, para qué no se quedó en su país…

Los rostros de piel oscura y cabello negro, lacio y grueso, el mestizaje indio de la américa profunda y carenciada, también segregaba con actitudes xenófobas y racistas.
Los nenes lloriqueaban de calor y apretujamiento pero nadie se movió para hacerles lugar o darles un asiento. Los más grandes, que tendrían de cuatro a seis años le hablaban en ruso, o en su idioma que para todos en el vagón era ruso o chino, daba lo mismo…Aunque los coreanos y los chinos, de tanto fabricar ropa y fundar supermercados habían ascendido en el nivel de aceptación colectiva.

En un momento la mujer empezó a palidecer, se dio cuenta de ello un muchacho que la observaba como quien mira a un animal extraño, gotas de traspiración corrieron por su sien y se desvaneció como derretida entre la gente. El bebé gordote fue soltado justo cuando caía al suelo y robotó como pelota que no tiene espacio. Los hermanos formaron un círculo tratando de abrazarla . La mujer del otro continente se habia desmoronado como un edificio implosionado.

Llamen a un médico , avisen al guarda para que la atiendan en la próxima estación grito un punguista mientras aprovechaba la confusión para robar lo poco y nada de los pasajeros desprevenidos .En eso la mujer hizo una mueca con la boca dejando ver los dientes, algunos blancos y otros negros. Otro pasajero se acercó y puso su mano en la garganta y el pecho y decretó que estaba muerta. Por suerte los hijos de la mujer no entendieron porque no sabían castellano. Una vieja de manos temblorosas que estaba cerca , delgada y encorvada, se abrió paso hasta la mujer chillando, tenía en la mano un perfume que olía muy fuerte aún de lejos, frotó su nuca y sus sienes y lo acercó a su nariz. La mujer abrió los ojos y los chicos que lloraban la abrazaron y besaron.

Debió haber muerto, comentó un hombre de mediana edad, estos que vienen acá lo único que hacen es sacarnos lo poco que tenemos. Y encima cuatro críos, y capaz que el gobierno les está dando algún subsidio. Si este país es una joda, peruanos, bolivianos y hasta vaya a saberse de dónde vienen, y todo porque tenemos fama de tener vacas gordas…Nadie se hizo eco de lo que decía. De pronto todos se sintieron aliviados al ver que la mujer volvía a levantarse y hasta le ofrecieron un asiento…Quizá más de uno pensaba lo mismo que lo dicho por el hombre y entonces sobrevino la culpa colectiva. Quizá todos sintieron que eran descendientes de indios despojados y apaleados y de barcos llenos de inmigrantes muertos de hambre. También de algun negro esclavo perdido entre los antepasados, como lo contaban los labios carnosos y el pelo crespo del chico que se levantó para que se sentara. Más sangre de unos, menos de otros esa era la realidad nacional. Quizá la solidaridad, de extraña manera, se abre paso en tiempos difíciles.

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