viernes, 9 de enero de 2015

Ayer soñé con Eugenia

Ayer soñé con Eugenia, fue como si ya hubiera pasado, como  en mi novela: interrumpo  el sueño por culpa de Sandrito que maulló.

Estaba en un lugar inquietante, con aguas marrones que me llegaban hasta la cintura. Era la Costanera sur de hace cincuenta años, con escalinatas más altas e iluminadas con las luces de ahora. Me bañaba. Entonces la veo a Eugenia con una bata de baño que baja. Me asusta, lo que me asusta es que estaba viva cuando la sabía muerta, entonces le aviso, le grito: ¡Eugenia estás muerta! Y ella se sorprende, no entiende... Vuelvo a avisarle: ¡Eugenia estás muerta! Y entonces desaparece, se transforma en una perra. Me tranquilizo.

Viene al  río donde estoy  alguien de la UNLa, de los que se encargan de tirar a los perros que aparecen refugiados en la Universidad. El tipo me dice que esa perra mordió a alguien. Esa es la excusa que usan para cargar a los perros en el camión. Entonces le dije que tuviera cuidado, que esa no era una perra, que era mi amiga muerta.  Y estuve segura que no se iban a  acercar, y no precisamente por respeto o bondad sino porque nadie quiere meterse con un muerto.

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