martes, 27 de marzo de 2007

Dones de regalo


¿Quién hubiese dicho? Quién diría… Ella era una abuela de 75 años. Una abuela bien abuela, con un dejo de coquetería disimulada y pudorosa, con todos sus años bien puestos y quitarse ninguno. El era el papá del carnicero de la esquina, Joaquín, 73 años, un buen hombre, un caballero, jubilado de maquinista del Ferrocarril General Roca. Un escándalo sin anuncio, nadie podría haber imaginado lo que iba a suceder.

Sólo Dios comprende el alma humana, no los hijos ni los nietos. La historia empezó sin querer. Para la nieta de Nélida, la única que miraba la novela con ella, no fue tan sorprendente. Se había dado cuenta de que la abuela todavía conservaba esa emoción en el estómago. Y hasta tenía una teoría al respecto.

Toda historia tiene pre-historia. La de la abuela Nélida tenía que ver con los primeros pantalones que se puso antes que nadie en el barrio, con su mentalidad liberal sin alardes y, por supuesto, con los miles de libros que devoró a lo largo de su vida. La de Joaquín tenía que ver con cuadernos y cuadernos llenos de poemas. En el sindicato, compañeros y amigos daban en llamarlo “el anarquista poeta”.

Joaquín había sacado seis cuadernos de su ropero. Seis cuadernos que habían estado apartados durante muchos pero muchos años. Se iba a deshacer de ellos. Iba a quemarlos, habían sido escritos hacía más de veinte años, antes de la enfermedad de su esposa y su viudez. Los había puesto al costado del televisor y una hora después habían desaparecido como por encanto. Por más que preguntó y preguntó ninguno de la familia sabía sobre el destino de los cuadernos.

Medio kilo de carne picada, pidió Nélida. Fabricio, el nieto de Joaquín, aydaba a su papá envolviendo la bolsita de polietileno en papel de diario. Malena, su hermanita, también… ¡Salí nena!, pero ya estaba. Cuando Nélida se dispuso a guardar la carne en la heladera se encontró con una sorpresa: una hoja de cuaderno amarilla, escrita en lápiz, con buena caligrafía…

Formas del desamor

Las pantuflas en su lugar

La comida servida

Barnizadas las flores

No me permitís y no te permito

Y en este poco espacio

Nos desamamos prolijamente

Media hora más tarde Joaquín había descifrado el enigma. En la carnicería estaban los seis cuadernos, en realidad era una forma de decir, Malena los había convertido en poemas volantes que hab´lia despachado con la carne en esos últimos tres días. El último fue el que se llevó Nélida.

Joaquín sintió que se le estrujaba el pecho: Esos malditos cuadernos, nunca hubiera debido escribir esos poemas. Correspondían a una mala época y…¡qué tristeza! Malena, ¿por qué? - Eran bonitos abuelo y pensé que era mejor que quemarlos- Se volvió a desarmar su alma… Joaquín, desarmado, sólo podía producir poemas…Poemas, problemas…, había comprado un cuaderno de tapa dura y un lápiz nuevo. Cuaderno Éxito Ecológico y esa misma noche retomó la escritura interrumpida.

Nélida, inteligente, sabía el valor de lo que había encontrado. Lo sabía o lo presentía… Daba igual. Un par de versos que sintetizaban demasiados sentimientos. Sentimientos que ella conocía bien, formas del amor –desamor, extraño e inevitable juego de los matrimonios largos. Tomó un libro grande de la biblioteca de su cuarto y guardó prolijamente la hoja de cuaderno que estaba un poco arrugada.

La abuela estaba nerviosa o intranquila por algo, adivinó la nieta. La caligrafía y la hoja amrilla denunciaba el tiempo de quién lo había escrito. Nélida tenía la esperanza de que fuera de Joaquín, a quien de pronto veía con otros ojos. Iba a ir a la carnicería y devolver el poema. No, no podía, se sentía con baja presión…, se iba a recostar en la cama.- Abuela, te pasa algo… -No, nada…-pero la nieta no le creyó.

Joaquín, como toda culposo, le preguntó a su nieta a quiénes les había dado poemas. La nieta dijo que no se acordaba, que a Nélida… Y sin querer las cosas se simplificaron, al menos para Nélida, que estaba pendiente y no se animaba abordar la situación.

Le llevó una semana volver a la carnicería, la mandaba a la nieta, que no entendía qué le pasaba a la abuela. Nélida no iba a ir hasta estar segura de no ponerse absolutamente colorada o nerviosa. Cuando volviera a ir a comprar, tendría tomada alguna decisión, como la de olvidar el tema, cosa que por ahora no podía.

El día viernes, con sol y esperanzas, y habiendo olvidado la hoja guardada, la abuela saló por fin a comprar. En la puerta estaba Joaquín, no pasaba nada, se dijo, ella saludaría y entraría… Pero no fue así. Joaquín había estado pensando todos esos días cómo explicarle a Nélida lo de los poemas. Le había explicado, mentalmente, como cien veces de maneras distintas, para que lo comprendieray lo absolviera… Cuando Nélida saludó, él la detuvo diciendo que quería hablar con ella, y ella, que no había pensado menos de cineto cincuenta veces en esa posibilida, se sintió mal y ahí nomás se desmayó. Lo único que pudo hacer Joaquín fue abarajarla y llamar a su hijo. Cuando se intió mejor Joaquín la acompañó a su casa.

Que qué le había pasado, que qué lástima, que quería hablar con ella…Mientras tanto la sostenía del brazo. La tnsió de la mano de Joaquín era una muy buena sensación para Nélida. Acordaron lo increíble en un momento cuando la nieta de Nélida fue a avisar a su mamá que la abuela se había desmayado. En voz baja y en secreto compartido, ambos sin defensas, decidieron ir a tomar un café. Joaquín determinó rápidamente día, hora y lugar.

Digamos que como el arte de escribir, hay cosas que en la vida nunca se pierden…

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