lunes, 19 de marzo de 2007

Puedo contar con Usted... Usted cuente conmigo


Había asumido esa realidad dejando de sonreír, si bien era cierto que mucho no le había costado, siempre había sido callada, silenciosa, una mujer sin edad y sin historia. Limpiaba y ordenaba todo a las mil maravillas, convirtiéndose en el fantasma imprescindible de la casa de la señora. Era inteligente y atenta, y con esa resignación que le hacía aceptar como justo, por inevitable, todo lo que le sucedía.

Los domingos por la tarde, su único día libre, paseaba por Congreso hasta Plaza de Mayo, se sentaba, sacaba lo pancitos y daba de comer a las palomas mirando el cielo de la Catedral y el Cabildo, edificios a los que nunca se había atrevido a entrar. Después volvía a la casa con los ojos arriba, reconociendo cada una de las bellas cúpulas.

Paloma debió haber sido ella también…-pensaba. Al fin de cuentas todo transcurría sin tiempo en su vida, se repetían los días, los meses y los años. Y así debía ser, al menos eso creía. Sin embargo tenía muy presente el día en que había sucedido: dos días antes de que se casara el hijo de la señora. Nadie se había enterado y nadie había tomado registro del antes y del después, salvo ella.

Claudia era para los conocidos de la casa un extraño ser, frágil y eficiente, que incomodaba en un principio si se le prestaba atención, pero que luego se olvidaba fácilmente su presencia. Después de verla un par de días no tenía más importancia que el jarrón grande que había traído la señora de India. Claudia era una sombra con ojos que vaya a saberse qué pensaría, claro que si alguien se tomaba el trabajo de pensarla…

Había llegado a la casa por un aviso del diario y se había quedado por casualidad o capricho de la señora, que había peleado mil veces con las agencias que ofrecían personal doméstico. Dos días después de rechazar a todas las que concurrieron por el aviso, y tras una pelea familiar por los requisitos que imponía –lapicera en mano preguntaba hasta lo insólito para descartar siempre a las postulantes- tocó el timbre Claudia y fue admitida en el mismo momento. Después de darle la ropa de trabajo le preguntó su nombre y eso fue todo. En realidad la señora lo había hecho para castigar a su familia, sin embargo cuando fueron pasando los días todos estuvieron convencidos de que había sido una bendición de Dios. Lo único que sabían de ella era que giraba plata para su familia en Paraguay y que no comía carne porque la detestaba, aunque nunca se los había dicho claramente. Claudia casi no hablaba.

Y todo hubiera seguido igual, Claudia guardaba escondiendo su vergüenza mientras las mañanas se hacían noches y las noches mañanas… Con una existencia para nada intrascendente para la señora y su familia: a Claudia se le podía pedir cualquier cosa porque todo lo hacía bien.

Pero claro, la señora era la señora y solía tener exabruptos…El que cambió la vida de su empleada fue de solidaridad desmesurada hacia Felipe, amigo íntimo de la familia que había quedado viudo recientemente. La señora amaba platónicamente a Felipe, no tanto a su mujer que pasó a otra consideración de su parte después de muerta. Si se había puesto a ver las fotos donde estaban todos juntos y la difunta se veía más linda y más simpática… Tomó el teléfono y llamó a Felipe que sabía estaba deprimido. Si lo acompañaba la sombra de su mujer muerta qué mejor que ofrecerle otra sombra mucho más útil, al menos por un tiempo…

-Hola Felipe querido, mirá acabo de tomar una decisión. Voy a mandarte a Claudia para que reordenes tu casa. Mi amor, la vida sigue y sabés cuánto te quiero… Sí, claro que lo sabés, si no, no te estaría ofreciendo a Claudia…

Felipe que necesitándolo todo…no necesitaba nada, sabía lo difícil que le resultaba negarse a su amiga. Era despótica cuando se proponía algo y no tenía la energía para hacerlo.. En dos días Claudia estuvo instalada en casa de Felipe.

Si Claudia tenía como treinta y pico de años, en menos de una semana había avejentado como veinte más. Ese cuarentón sin hijos de Felipe siempre le había resultado divertido para observarlo de lejos, no para convivir. Era extravertido y ocurrente, el único que había conocido que podía “gastar” a su patrona sin que ardiera Troya… Pero le resultaba insoportable de cerca. Bastaron unos días para que Claudia frunciera el ceño y encorbara la espalda, situación que a Felipe no le había pasado por alto pero no parecía importarle. Hablaba demasiado -según el parecer de Claudia, acostumbrada a que prácticamente nadie le hablase- y no se conformaba con que ella lo escuchara, tenía que contestarle algunas palabras. En poco tiempo Claudia se dio cuenta de que él se había dado cuenta…

Fue una mañana en la que un papel escrito por Felipe colmó su resistencia, claro que se había dado cuenta…

“Claudia ayer pedí turno con mi dentista para Ud, espero no le incomode”

Claudia, que todas las noches miraba sus dientes rotos frente al espejo, se puso sencillamente a llorar. Si sus dientes habían tenido un dterioro paulatino, fue dos días antes del casamiento del hijo de la señora cuando se partieron sus dos “paletas”. Los dientes son importantes para todos los seres humanos, pero para ella tenían una significación especial: eran toda su vida triste, su hitoria nunca olvidada. Le recordaban la muerte de su mamá y la repugnante cara de bruja de su abuela paterna, que le había pegado desde el primer día que fue a parar bajo su custodia. La abuela era muy mala, y cuando murió sintió un gran alivio, y se creyò liberada, aunque fueron muchos los años que tuvo que soportarla como para marcarle a fuego el alma. La abuela-pesadilla tenía los dos dientes incisivos partidos y putrefactos, señal de horror que la persiguió durante su infancia. Ahora era su propio rostro el que repetía irónicamente el espanto en esos dos cráteres nauseabundos que le devolvía el espejo. En un momento se rebeló e intentó ir a lo de un dentista y hasta se sentó en el sillón de tortura, pero solamente consiguió que la despreciara y la maltratara como para que no pudiera volver más. Estigma de dientes rotos que arrastraba con una infancia apaleada y una juventud triste y solitaria. Ahora todo estaba al descubierto por Felipe.

Ese día lloró tanto hasta desarmarse, hasta dejar de ser muda. Cuando por la noche regresó Felipe, Claudia hablaba llorando. Contaba, no demasiado coherentemente, la triste historia de su vida que aparecía en el pozo de sus dientes. Su alma se desovillaba. Felipe escuchaba con paciencia tratando de consolarla y poner luz en los sentimientos de Claudia. Le decía con tierna firmeza que no había visto un horror en su boca, no, que no iría al dentinsta si no quería… Que en realidad pensó que no hablaba ni sonreía para no dejar ver sus dientes, y eso se lo habían dicho sus ojos, lo había visto por las venanitas de sus ojos… Que quería ayudarla… Claudia se incorporó decidida y dijo que no iba a ir a lo de un dentista, que a él que le importaba… Años y años sin enojarse y estaba enojada en una actitud que la sorprendía a sí misma. Para Felipe, después de semejante confesión, los dientes de Claudia pasaron a ser una bandera de reivindicación que iba a sostener hasta cumplirla, lejos estaba de no importarle la cuestión.

Los días siguientes fueron de trincheras. Claudia retomó su mutismo y Felipe le hablaba lo indispensable. En la casa había poco para hacer salvo lo que ambos sabían que debía hacerse y para lo que la patrona había cedido a Claudia, que a cada momento se topaba con cosas de la mujer muerta. Claudia estaba resentida con Felipe, sin embargo él encontró la manera. Empezó a dejar libros con señaladotes sobre la mesada de la cocina, que en un principio Claudia no tocaba más que para ver la tapa y la contrtapa, hasta que al final pudo más la curiosidad y empezó a leer. Los días pasaban y las horas también, hasta que una noche encontró a Claudia leyendo sin haberse dado cuenta de la proximidad de su llegada. Ambos sonrieron haciendo las paces. Claudia con su sonrisa desdentada y Felipe tomando los medicamentos de su mujer muerta que todavía estaban en la heladera y tirándolos a la basura. Habían salido de las trincheras.

Los días siguientes fueron de arduo trabajo. Felipe había tomado una licencia laboral y ambos reorganizaron la casa guardando en cajas solamente los recuerdos más queridosy tirando todo el resto de las cosas. Felipe quería darle un ejemplo a Claudia, que ya podía hablar con él, preguntaba sobre los libros, las pinturas que colgaban de la pared y la música que escuchaban.

Una mañana, la patrona que había estado reclamando sobre la devolución de Claudia, fue terminante. Felipe, que sabía cómo llevarla, prometió acercarle un regalo, parte de la colección de libros de su ex mujer y un par de pequeñas figuritas en marfil, a sabiendas de que no podría resistirse y él ganaría un par de semanas

Lo siguiente ya se preanunciaba. Una tarde volvió a su casa con Carlos, amigo íntimo de la infancia y su odontólogo y se lo presentó a Claudia diciéndo la verdad: “ella es el ser maravilloso del que te hablé, y sonríe poco porque teme a los dentistas…” Claudia se sintió más incómoda por el elogio que por sus dientes rotos. Carlos, que era afable y cálido, le contó que había estudiado odontología porque también él detestaba a los dentistas hasta que conoció a uno que era un gran tipo y que finalmente fue su profesor

Los arreglos en la boca de Claudia no fueron tan importantes, si bien hubo que poner dos fundas de porcelana y hacer algunas amalgamas todo fue más fácil y rápido de lo que hubiera podido imaginar en su vida. Las “paletas” nuevas le eran extrañas, y creyó en un principio no poder reconocerlas como propias pero casi sin darse cuenta en dos días ya estaba sonriendo en la calle y había empezado a hablar con la gente como si nada. Su vida había cambiado irreversiblemente, tanto que lo que la horrorizaba ahora era volver a la casa de la señora. Esto es así, se dijo, y volvió a caminar hasta la Catedral, aunque esta vez entró. Luego le dio de comer a las palomas preguntándose por qué debía ser así… Pero no encontraba opciones.

Inevitablemente llegó el llamado. Lo atendió ella, que jamás antes contestaba el teléfono. La patrona, maligna y molesta pidió hablar con Felipe.

-Me estás arruinando a la empleada Felipe.Mirá que ahora hasta habla por teléfono… Si no
hicieran tantos años que la conozco… Pero en un par de días todo va a estar en su sitio. Espero que nunca te olvides del favor, acá sufrimos mucho con la usencia de Caudia…

Claudia estaba petrificada frente a Felipe, quien sostenía el teléfono como si hubiera tomado una decisión inapelabale, pero que conversaba amistosamente con su patrona. De pronto escuchó por parte de Felipe algo incomprensible…

- Sabés todo lo que te agradezco, pero sin querer me hiciste un favor que jamás voy a poder pagarte… Sabés, me caso con Claudia.

Del otro lado, la señora le dicía que era una broma de mal gusto…

- No, no es broma, me caso con Claudia… Es así.

La señora perdió la compostura y empezó a insultar de infame y canalla a Felipe, que había apoyado el tubo y tomó la mano de Claudia llevándola hasta la biblioteca y diciéndole que no se asustara, pero que queria que se quedase a vivir con él, claro que si ella quería… Y volvió a repetir que le iba proponer casamiento cuando ella pudiera escucharlo, que esperaba solamente su OK, pero que si decidía dejarlo e irse, también estaría de acuerdo, aunque iba a llorar mucho, pero mucho…

- Porque sabés Claudia que te adoro, pero no alertes tus fusiles, ni pienses que deliro –Felipe repitió parte del poema de Beneetti que había leído Claudia esa misma tarde.

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